Entendernos.
Yo no te entiendo, tú no me entiendes.
Aunque estamos obligados a entendernos, yo no te entiendo, tú no me entiendes. Yo hago por entenderte porque desconozco todas las variables de tu vida, y no sé ni cómo te encuentras ni qué te mueve, ni cómo te sientes ni qué te preocupa, ni en qué modo tu existencia se complica o se libera. No sé de tus tiempos, de tu trabajo, de tus complejas situaciones familiares, de tu pareja.
También en el cómo somos diferentes, que somos tú y somos yo, aún antes del nosotros.
Yo no te entiendo, pero soy tolerante con tus tiempos, tus ausencias, los silencios y cuando reapareces hago fiesta, pongo la mesa y celebro tu vuelta, es sincera mi sonrisa y te pregunto si estás bien con un respetuoso genérico que no invade tu historia y si quieres sobre tu respuesta desenredas y me cuentas. Sin condiciones.
Tú no me entiendes y llenas de reproches mis ausencias, los silencios y antes de haber vuelto vuelcas en el Nosotros pucheros y agravios, y si cabe en algún momento me preguntas qué ha pasado con mi vida o te interesas. Reclamas tu atención, una debida obligación para contigo, un «si somos tendrás que dejar tu vida y estar siempre«. Yo procuro entenderte y respetarte y tú pretendes tus parámetros. Condiciones.
El día que pusimos condiciones tachamos tras el Somos el ser Libres y aceptarnos.
«La lluvia articula la piel de casa cosa,
(…)
Es precisa de un modo que nunca lo somos nosotros,
saca a relucir lo mejor de las cosas
sin cambiar nada.»
Sentimos el derecho al reproche y reprochamos; yo te reprocho tu falta de empatía o interés, tú me reprochas el tiempo; tú me reprochas mi vida y yo tan solo tu mohín. Desequilibrios de un Nosotros que se debe -y se debe- a su plural suma de singulares, una compleja amalgama de elementos que de natural no ligan, caldo ligero con sabor a ambos. Si sólo sabe a ti será tu caldo, será innecesario este Somos que es Tú. Si es Tú no es Somos, si es Somos es Tú y es Yo y es Ambos.
Como sí entendemos ambos que la vida es larga, viene por defecto llena y tiene por costumbre enredarse por si sola -que yo para estas letras, he tenido que dejar veinte cosas que eran de hacer por la existencia- si tú ni me comprendes ni respetas y yo no soy capaz de responder a la exigencia, me planteo el por qué decidimos que estábamos obligados a entendernos cuando cabe que sólo estemos obligados al respeto en el que sí, entonces sí, el entendernos cabe, es posible, y puede que tenga lugar, con sus propios tiempos.
* ‘El peso de las naranjas’, Anne Michaels.