En los detalles.
Me pierdo en los detalles. A veces es un espacio, a menudo la proporción entre los elementos, el grosor de un filete, el tono de un color, el equilibrio entre dos piezas, la saturación de una imagen.
Me pierdo en los detalles. A veces es un espacio, a menudo la proporción entre los elementos, el grosor de un filete, el tono de un color, el equilibrio entre dos piezas, la saturación de una imagen.
Se me va el tiempo bruñendo, puliendo, ajustando todas y cada una de las piezas en un trabajo que nunca encuentra final, que siempre requiere de un ajuste nuevo, de una revisión de cada pieza, observando, comprendiendo, eliminando y volviendo a empezar, mirando, mirando, mirando, imaginando, ajustando. Todo diseño es un puzzle multidimensional de conceptos, ideas, posibilidades, estructuras, jerarquías, color, textura, tipos… Suele ser rápida la estructura, pero es en lo mínimo en el que está el mayor esfuerzo.
Hay quien conceptualiza, quien conceptualiza y ejecuta, quien simplemente ejecuta, quien conceptualiza, ejecuta, comprueba, pule, observa, aprende, siente. Yo soy de estos últimos, capaz de ejecutar con rapidez y sin satisfacción, pero con la tendencia a darle mil vueltas a cada trabajo hasta superar ese nivel de satisfacción mínima frente a la perfección deseada que permite cerrar y seguir. Y mientras tanto se me acumulan las ideas, los proyectos, en tanto que resuelvo los pequeños detalles de sea lo que sea lo que tenga en marcha.
He aprendido a convivir con esa sensación de no avanzar, de no llegar, que genera la altura que va tomando la pila de las ideas y los proyectos. Pero he aprendido a convivir con ella simplemente mirando atrás, viendo las páginas de tareas despachadas y tachadas, volviendo sobre lo producido, para no perder de vista que aunque las páginas de las libretas sigan llenándose de apuntes, cada vez que algo pasa a producción o se va a imprenta, he dado no uno sino un buen puñado de pasos y muchos otros (miles) muy pequeños.
Aunque son unas cuantas las citas interesantes sobre el talento, esa «capacidad de entender, de desempeñar y ejercer una ocupación«, he utilizado alguna vez la de Doris Lessing: «El talento es algo bastante corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia.», o la de Honoré de Balzac: «No existe gran talento sin gran voluntad» porque así lo creo. Así lo sé. Porque he tenido por suerte trabajar entre gente con una especial capacidad que la desperdiciaba resolviendo cuanto antes para correr tras unas cañas día tras día, y he tenido por suerte trabajar con personas con una capacidad limitada de comprender que se superaban con constancia hasta ser capaces de lo genial, dejándose los ojos y los dedos hora tras hora.
Pero el que de verdad tenía una lección que enseñarnos sobre esa forma tan nuestra de comprender el talento ha sido ese Nobel de Literatura tan español como tú y como yo, Jacinto Benavente: «Muchos creen que tener talento es una suerte; nadie que la suerte pueda ser cuestión de tener talento«. Y póngase en lugar de talento todas las cosas de las que ansiamos en la vida y que dejamos al azar. El azar, pasivo, que tiende a la resta.
Me pierdo en los detalles, sí, en el tiempo que requiere de cuidado, cariño y delicadeza encontrar la mejor de las soluciones, el mejor resultado posible. Me pierdo en los detalles porque soy limitado, pero no idiota.