El Pescador, un lugar para pasar la eternidad.

El Pescador, en la playa del Roc.

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El diccionario llama chiringuito a un quiosco o puesto de bebidas al aire libre o a un chorrito menudo. He conocido muchos chiringuitos por el mundo, bares o barras más o menos cutres, con encanto o desabridos, serenos o infernales de personal pasajero, en playas, junto a la arena y en paseos marítimos bellos pero perezosos. Este agosto nuevo y mágico, en Roda de BARÁ (Tarragona), en la playa del Roc, he descubierto EL CHIRINGUITO, lo que siempre había entendido yo como chiringuito, un lugar donde me planteara pasar la eternidad junto a quienes me hacen sentir pleno y feliz.

Se llama El pescador. Lo montaron hace tres años Xavi Olesti y su mujer, Inma, que se conocieron a los 14 años en esta misma playa y hasta hoy no han separado sus corazones marineros. Ambos se ganan la vida en Barcelona, y durante tres meses, nos alegran la existencia a los demás en este Pescador que es un sueño, que es una playa de relax en la misma playa del Roc de San Gaietá. Aquí se vive la vida entre amigos sin analizar todo hasta el detalle, se disfruta del sol o de la luna con serenidad y la calma te entra hasta los huesos después de acariciarte el corazón.

Y te dan de beber y de comer no como unos samaritanos, sino como unos disfrutones de los placeres mundanos, sin pretensiones, pero con un lujo largo de vividores de verdad, de ricos en lo natural y en lo sencillo. No soy gourmet, pero he comido en restaurantes de cinco tenedores y estrellas Michelin de postín y no le llegan a El Pescador de Chavi e Inma ni a la altura del betún.

Xavi pesca cada mañana, a pelo, sin botella, con arpón. Se trae lo que bucea, que pueden ser lubinas, corvinas, doradas o cualquier otro pescado. Pilla unos pulpos y unos calamares insuperables. Disponen de la mejor harina de Cádiz. Unos amigos le surten de unas gambas rojas que encienden el pelo. Se hacen con los mejores tomates de Vilanova. Manejan un género como hacía años que no encontraba. Y cuando llegamos a El Pescador, ellos y sus chicas, adorables, te sirven la felicidad y el disfrute. Unas gildas (pincho de olivas con anchoa y guindilla) para despertar los sentidos. Y a partir de ahí, las obras de arte sencillas, sin toques absurdos postmodernos, que cocina Xavi a fuego lento después de la faena.

Y les ves al mediodía fugarse con sus perros a caminar, entrañables, y regresan para cuidarnos con buen trato sincero, nada impostado. Y ahí nos tienen, postrados a su hospitalidad y a su buen hacer. De 11 de la mañana a 12 de la noche, con nuestras miserias, nuestras alegrías, nuestros afanes y nuestro amor. Aquí no cabe la desolación. Vivimos la mar, la arena, la vida, y terminamos cada día con el penúltimo mojito. Me miro con Noelia, que me trajo a este paraíso, y lo tengo claro. Este es uno de esos pocos lugares en los que uno quiere pasar la eternidad.

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