Cenando en Palacio.
El Palacio de Anglona nos da la bienvenida y nos abre las puertas de lo que se asemeja a una decadente velada palaciega.
El que fuera, en el siglo XVII, hogar de Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pimentel, Príncipe de Anglona y noveno Duque de Osuna, es hoy un fastuoso restaurante, un innovador proyecto de interiorismo y gastronomía que, pese al entorno, sorprende aún más por sus precios y su más que correcta cocina.
Si en el XIX fue Antonio López Aguado el encargado de darle al recinto un toque neoclásico acorde con la época, en el XXI ha sido Luis Galliusi el que lo ha adecuado a nuestros tiempos, combinando de manera efectista fotografías de aquellos años que nos asoman a las majestuosas estancias, minimalistas puntos de luz, prolongadas galerías y rincones íntimos que se multiplican gracias a los juegos de espejos sobre los que contrastan los blancos y negros en los que se basa el espacio.
El Palacio de Anglona nos da la bienvenida y nos abre las puertas de lo que se asemeja a una decadente velada palaciega. Da la impresión de que en cualquier momento podrían figurar antifaces y máscaras venecianas bailando al son de la música de orquesta. En su lugar hacen su aparición platos tradicionales servidos de forma creativa. A la rica tortilla de patatas en pequeño formato se le une la ensaladilla rusa con melocotón y mújol, el salmorejo o las carnes en contraposición a los rollitos vietnamitas, ceviches y tartares.
Cuentan que, antaño, el Palacio de Anglona conectaba a través de túneles secretos con el cercano Palacio Real. Quien esté dispuesto a descubrirlo, probablemente se quedará a medio camino, tentado por el bar lounge en el que refrescarse con una copa al mismo buen precio que el de la carta. Y es que no hay mejor punto final (o seguido) a la noche en la Corte.