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cerrarA las puertas del cielo.
Queda usted dispensado de sus quehaceres para asistir al Comité de Crisis, con hechuras de Concilio, que se celebrará a las puertas del cielo el día D a la hora H.
Era domingo y los ángeles volaban inquietos sobre las nubes grises mientras esperaban que los convocados por San Pedro a las puertas del cielo fueran llegando a la reunión; estaban llamados a formar parte de un comité de crisis pues desde hacía algunas semanas parecía que los hombres estaban perdiendo la cabeza en la tierra y ¿quién mejor que ellos, tanto los que estaban a la derecha del padre como los que ardían en el infierno por sus pecados, que habían sido hombres antes y conocían tan bien como su creador la naturaleza humana, para entender lo que les sucedía a los hombres?.
No iba a ser una reunión fácil pero San Pedro estaba seguro de que, ahora que había pasado tanto tiempo desde que aquellas almas habían sido desposeídas de su cuerpo mortal, se sobrepondrían fácilmente a su naturaleza humana para analizar lo que estaba sucediendo en la tierra divinamente… Y si efectivamente lograban hacerlo, a San Pedro no le cabía duda alguna de que sabrían entonces cómo ayudar al hombre a recuperar su sentido común, su cordura, su lucidez.
Santos y demonios se encontraron así a las puertas del cielo, inquietos todos ellos y terriblemente sorprendidos porque nunca antes se había celebrado un concilio semejante pero la realidad apremiaba, la situación era grave… Y San Pedro habló:
‘Estamos aquí reunidos porque los hombres que lo son hoy, como nosotros lo fuimos antes, están perdiendo la cabeza: confunden la realidad con los relatos y los sueños, los derechos con los anhelos, los deberes con cuestiones prescindibles, el amor con las cosas, las cosas con lo divino… Es urgente encender una luz, iluminar su inteligencia, ayudarles a encontrar el camino de la vida, ese en el que un día fuisteis grandes‘ -dijo mirando hacia los santos- ‘y ese en el que un día os perdisteis’ -añadió mirando hacia los demonios-.
Se hizo un profundo silencio que solo el mismo San Pedro se atrevió a romper, cogió las llaves de las puertas del cielo y les dijo: ‘ganáos el cielo que habitáis… o su acceso a él y decidme ¿cómo podemos devolver su lucidez al hombre’.
Almas santas y endemoniadas se miraban inquietas, incómodas, los unos y los otros sabían que del mismo modo que habían convivido en la tierra tendrían ahora que convivir a las puertas del cielo porque solo así lograrían encender la luz que les pedía San Pedro pero ¡cómo para fiarse los unos de los otros con el historial que arrastraban!.
Orwell, con experiencia en caerse del guindo y en decir la verdad aunque nadie quisiera oírla fue quien se atrevió a romper el hielo y sentar las bases del concilio: ‘en época de engaño universal decir la verdad es algo revolucionario… y los primeros en revolucionarse cabe que lo paguen caro ¿cómo haremos para que sean seguidos y no perseguidos y cancelados?‘; Thomas Mann se acercó a Orwell y opinó: ‘debemos demostrarles que con el tiempo es mejor una verdad dolorosa que una mentira‘.
‘Cierto, pero no tenemos tiempo‘ le interrumpió Goebbels ‘las mentiras ya han sido adecuadamente repetidas 1000 veces y se han convertido en verdad‘. Lutero estuvo de acuerdo y apostilló ‘las mentiras son como una bola de nieve, se vuelven más grandes cuanto más ruedan‘.
Habló entonces Pío Baroja: ‘eso es porque a una colectividad se la engaña más fácilmente que un hombre‘ dijo… ‘así que, con tiempo o sin él, hablar al hombre y no a los hombres y que cada hombre hable después a otros va a ser el único modo de la lucidez vuelva a iluminar la tierra‘.
‘Recordemos entonces a cada hombre‘ – dijo Albert Camus – ‘que la libertad consiste en no mentir, en no tolerar la mentira, porque allí donde prolifera la mentira se instala la tiranía y muere la libertad‘; ‘y recordémosle también a cada hombre, para qué él se lo enseñe a sus hijos, que nada hay tan bello como la verdad ni nada más vergonzoso que tomar la mentira por verdad‘, era Cicerón quien hablaba. ‘Así es‘ estuvo de acuerdo Ghandi ‘más vale perder diciendo la verdad que vencer mintiendo, eso es lo que cada hombre debe entender, creer y enseñar‘.
‘¡Felices os las prometéis!‘ protestó Mark Twain ‘las verdades a medias son las peores mentiras porque tienen algo de verdaderas… y además, no hay que olvidar que es más fácil engañar a un hombre que convencerlo de que ha sido engañado‘.
‘Ciertamente, querido Mark‘ era Abraham Lincoln quien respondía a Twain ‘pero tampoco hay que olvidar que se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, a algunos todo el tiempo pero no a todo el mundo todo el tiempo‘.
‘Si un día bastó un hombre para levantar una iglesia‘ sentenció San Pedro ‘ahora bastarán algunos hombres lúcidos para iluminar su mundo‘.