Viktor Frankl: el psiquiatra de la supervivencia.
Frankl fue reconocido en todo el mundo y no dejó de enseñar hasta los 85 años.
“No caigas en la desesperación en la búsqueda de tu verdadero yo”. Esa frase de Soren Kierkegaard fue la que le dijo un colega a Viktor Frankl (1905-1997) para convencerle de que su camino no pasaba por la dermatología ni la obstetricia, sino por la psiquiatría. Viktor estudiaba la carrera de medicina y tenía que elegir su especialidad. Más tarde reconocería que esa frase le abrió los ojos y marcaría su vida para siempre.
Como judío austríaco fue víctima de lo más sórdido del régimen nazi cuando ya despuntaba en su profesión y se abría ante sus ojos un futuro repleto de éxitos. Al poco tiempo de casarse, los nazis obligaron a su mujer a abortar. A los nueve meses de matrimonio, fue apresado junto con toda su familia, excepto su hermana menor que escapó a Australia, por los nazis. Pasó por tres campos de concentración. Solamente él sobrevivió. Su mujer, sus padres y su hermano mayor fueron exterminados en las cámaras de gas.
Pudo contar su historia, el proceso mental y espiritual que le permitió encontrar el rayo de luz al que agarrarse. No era otro que la imagen de su mujer y la idea de volver a encontrarse con ella. Su libro El hombre en busca de sentido explica que la clave para sobrevivir a semejante horror es la trascendencia. Se trata de encontrar un ideal, para él el amor, o la idea de que existe un Dios, pero que puede ser cualquier meta a largo plazo que sobrepase nuestra realidad más cercana, que nos sirva de palanca para sobrellevar cualquiera que sea la situación traumática que vivamos. A partir de esta idea, una vez liberado, inició una rama de la psiquiatría conocida como Logoterapia que se basa en la necesidad de un logos, una finalidad trascendente, como motor de la recuperación de la mente enferma o traumada por circunstancias terribles sobrevenidas.
Avanzó dos conceptos que posteriormente han adquirido mucha relevancia en la práctica terapéutica: la hiperreflexión y la hiperintención. Por un lado, la persona que se obsesiona con que algo va a suceder termina consiguiendo que suceda, incluso si en un principio aquel hecho no era muy probable, es lo que se conoce como la profecía autocumplida. Por otro lado, en ocasiones, el deseo excesivo de lograr algo es lo que te impide, precisamente, alcanzarlo.
Frankl consiguió salir adelante, rehacer su vida afectiva, casarse de nuevo y tener una hija. Fue reconocido en todo el mundo y no dejó de enseñar hasta los 85 años.
Pero no se suele ahondar en la base psicológica del propio Viktor Frankl.
Con 25 años fue destinado al ala de mujeres suicidas. Allí hubo de hacerse cargo de la desesperanza de muchas mujeres que habían perdido toda ilusión por vivir. Cuando era director del hospital psiquiátrico para judíos, ya bajo la invasión alemana, desarrolló una técnica para ayudar a calmar las fobias y el sufrimiento mental que éstas generan en el enfermo. Se trata de la intención paradójica. Consiste en proponer al paciente que tiene una fobia que imagine la situación en la que sus miedos se hacen realidad, y llevar al extremo esa imagen hasta conseguir que el paciente se desvincule de su fobia y se ría. Esa técnica le valió para zafarse de una temprana detención. El investigador de la GESTAPO le preguntó cómo podía ayudar a un amigo con agorafobia. Frankl enseguida se dio cuenta de que ese supuesto amigo era el propio interrogador, pero le siguió el juego. Le explicó que debía proponerle al amigo que imaginara que salía a la calle, que le entraba un ataque de pánico, que se caía redondo al suelo, o mejor, que le daba un ataque al corazón. ¡No, mejor tres! Uno detrás de otro. Y que bajaba la calle de ataque al corazón en ataque al corazón, y el remolino de gente que se agolparía a su alrededor. Recreando la absurda escena, el interrogador se echó a reír, le dio las gracias a Frankl y salió de la casa sin detenerle.
Solamente una mente y un corazón preparados para entender la pérdida del sentido de la vida y el sufrimiento de la mente humana en otros, podía ser capaz de analizarse a sí mismo en pleno campo de concentración, y escribir mentalmente la obra que más adelante publicaría para ayudar a quienes, debido a hechos externos o a patologías, son de alguna manera prisioneros de su propio sufrimiento.