Carl Gustav Jung y la memoria del futuro.

Para Jung, las sincronías deben servir para enseñarnos, para ser interpretadas y aprovechadas en nuestro propio beneficio.

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«De poco sirve la memoria que sólo funciona hacia atrás«. Esa frase, pronunciada por la Reina de Corazones en Alicia a través el Espejo de Lewis Carroll, fue la fuente de inspiración de Carl Gustav Jung (1875-1961) a la hora de construir uno de los conceptos claves de su pensamiento: la sincronía. Junto a ella, el inconsciente colectivo, los arquetipos y la descripción de las personalidades introvertidas y extrovertidas, son claves del pensamiento del psiquiatra suizo considerado como el fundador de la terapia analítica.

Diferente desde el nacimiento, vivió la extraña situación de ser el hijo de una madre que sufría visiones y vivía la noche en vela hablando con espíritus. El Carl niño se desarrolló bajo la influencia de una madre normal y distante durante el día y encerrada en su habitación , de donde salían voces y luces, durante la noche. Su padre, párroco en el cantón de Suiza en el que nació Jung, no hacía nada para ayudar a su hijo en estas circunstancias. Carl empezó a sufrir desvanecimientos al leer, en el colegio, y llegaron a sospechar que era epilépsico.

No sorprende, conociendo su infancia, que a lo largo de su carrera estudiara los fenómenos paranormales, pero también alternativas a la concepción del comportamiento humano de sus contemporáneos, como la relación del arte y la psique, las tradiciones orientales coo la filosofía del Tao y el budismo, o hechos tan extraños como la sincronía. Su disertación doctoral trataba, precisamente de la psicología del ocultismo.

Tampoco su matrimonio fue normal. Apenas fue feliz con su esposa Emma, con la que tuvo varios hijos y que murió pronto. Pero llegaron a un cierto acuerdo y Carl compartió trabajo y amor con dos mujeres. Ambas fueron primero pacientes, a continuación alumnas y, finalmente, continuadoras de su tarea: Sabine y Toni.

Tras superar la influencia de Sigmund Freud, a quien conoció, de quien se hizo muy amigo, pero cuya relación se enfrió desde que Carl discrepara respecto a la influencia determinante del sexo sobre la personalidad, Jung alcanzó una relevancia como terapeuta que le permitió conocer grandes personajes. Como el que posteriormente sería premio Nobel de Física, Wolfgang Pauli. Pauli, austriaco, era un hombre tan brillante, que a los dos meses de licenciarse publicó un artículo sobre la relatividad de Einstein que fue notablemente alabada por el propio Einstein y que, en consecuencia, tuvo un gran éxito. Pero bebía. Y acudió a Jung para que le ayudara. Éste, a partir de los sueños y las visiones en estado de vigilia de Pauli, consiguió ayudarle. En las obras completas de Jung están registrados esos sueños y visiones. Pero, además, tejieron una sólida relación en la que la investigación, la admiración mutua y el afecto se entrelazaban. Ambos trabajaron juntos en el concepto de sincronía.

Este fenómeno consiste en la simultaneidad de dos sucesos conectados en el sentido pero de manera totalmente acausal. No se trata de la simple coincidencia de dos sucesos. Ha de haber una coincidencia o relación en los significados de los sucesos. Eso implica que el observador debe estar dotado de una capacidad especial para combinar una personalidad normal que le permita vivir en el mundo y otra crítica con la realidad, capaz de cuestionarse todo. De esta forma, la sincronía en el sentido de Jung, al igual que los sueños o las visiones, tienen un objetivo «didáctico». Nos ayudan a interpretar información que procede de nuestro inconsciente, nos desvelan nuestros problemas emocionales y psíquicos.

Pauli, encantado con esta idea, dotó de seriedad al estudio y ayudó, especialmente en lo referente a la epistemología.

Su colaboración fue muy fructífera y llegaron a la idea de que, en realidad la sincronicidad «es un caso particular de un orden general acausal que dará lugar a actos de creación en el tiempo«. De ese punto de partida, Pauli y Jung llegaron a la conclusión de que existe un mundo paralelo, el unus mundu, una realidad subyacente unificada, en la que todo es creado y a donde todo retorna. La sincronicidad y los arquetipos son manifestaciones de este unus mundu.

Cuando Wolfgang Pauli enfermó y fue ingresado en el hospital, al comprobar su número de habitación, dijo «No saldré de aquí«. Era la habitación 137, el número más importante de la vida de Pauli: el número de la constante de la estructura fina del universo. Hay que notar que, si bien las demás constantes del universo siempre han consistido en números exageradamente grandes o pequeños, el 137 es un número de «dimensiones humanas«. Pauli pasó gran parte de su vida en el descubrimiento de esta constante. Y en esa habitación murió Pauli al poco tiempo.

Para Jung, y para algún amigo mío, las sincronías deben servir para enseñarnos, para ser interpretadas y aprovechadas en nuestro propio beneficio. No hay casualidades. Cuando tu ordenador muere, roban un portátil, se estropea la batería, se pierden vuelos, aparecen extrañas bacterias, pierdes datos… hay que pensar si no habrá que repensar lo que tenemos entre manos y dar con el sentido de estas sincronías. Todo un reto.

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