Y de repente el otoño…

El cuerpo le pedía chaqueta, pantalón largo y calcetines, las nubes soltaban agua, los días eran más cortos, más lúgubres… El otoño había llegado sin previo aviso, había pasado sin llamar antes de entrar.

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Se sentía incómoda e inquieta, también mayor y un poco de vuelta de algunas cosas; de los cambios de estación, por ejemplo; los vivía como ese día de la marmota que se repite una y otra vez… aquel día de septiembre, fresco y lluvioso, que anunciaba la vuelta del otoño le hacía pensar en los turrones, mantecados y  mazapanes que estaban al caer en el supermercado y en las luces de Navidad que, en cuestión de semanas, iluminarían Europa entera… otra vez. No es que le molestase la Navidad, le molestaba el otoño; y saber como sabía que se acerca el invierno.

La primavera y el verano eran luz y color, eran vida, eran bellas… mientras el otoño y el invierno eran oscuridad y frío, eran feas por mucho que las llenaran de chimeneas crepitantes y chocolate caliente, de películas clásicas y libros canónicos; siempre había sido así, siempre había sentido así el paso de los años, solo en sus tiempos de estudiante lograba encontrarle algo de gracia a septiembre, una gracia que se limitaba a los caprichos de papelería y a estrenar libros, aunque fuesen de texto, pero ahora el otoño se le antojaba algo perfectamente prescindible… claro que se abstuvo de verbalizar la idea no fuese que le diera al otoño por prescindir de ella.

En realidad sabía que sus divagaciones acerca de las estaciones del año eran un señuelo que los demonios le lanzaban para que cifrara su malestar en términos climatológicos y se abstuviera de afrontar lo que era cierto y verdad: que lo que la aburría e incomodaba tenía más que ver consigo misma que con el frío o el calor; la vida de quehaceres que se había dado, con sus días ocupados y sus tareas pendientes estaba bien un tiempo pero, pasado ese tiempo, ya todo era rutina, ya todo era hacer y repetir, ya todos los días eran el día de la marmota. Claro que nada fuera de esas labores era seguro… ¿Y? Se preguntó esquivando el señuelo ¿y si no es seguro pero es verdad y es bello?.

Esa pregunta era el origen de su incomodidad y su inquietud, sentir la certeza de que frente a la verdad y la belleza la seguridad no es nada pero no lograba explicar cómo ni por qué… ¿era una incapacidad suya? ¿O era, tal vez, que la respuesta no era tan clara como la sentía? O quizá el asunto fuera de otro cariz, a lo mejor es que había aprendido desde niña a valorar el bien y el amor por encima de todas las cosas y podía hablar del valor de hacer el bien y de amar desde una mil perspectivas sin perderse jamás, sin alejarse nunca de la idea del bien y del amor como valores irrenunciables, no tanto la verdad y la belleza…; ¿sería por su educación católica? Tal vez… O quizá fuese otra cosa, quizá fuese que la posmodernidad, en sus orígenes, la había convencido de la superficialidad de la belleza y de la versatilidad de la verdad.

¿Y si estaba ahí, y no en otra parte, la razón que explicaba la apatía del mundo? Un mundo que había olvidado que la belleza es la cualidad que emociona y conmueve, conmueve de tal manera que mueve a la acción borrando de un plumazo esa sensación tranquila (y segura) que nos convierte en muertos vivientes, en seres que caminan sin ser (en seres feos…). Seres a los que la verdad les importa poco o nada, seres para los que la verdad no es nada o es versátil, es la suya, no la de otros… como si la verdad no tuviese entidad propia, como si no fuese real sino inventada, como si pudiera crearse como se crea un cuento o un relato.

Ya no se sentía tan incómoda ni tan inquieta, tampoco tan mayor, o tal vez sí, porque efectivamente estaba de vuelta de algunas cosas pero ninguna de ellas era tan importante como haber descubierto que la belleza y la verdad eran los ingredientes que faltaban en la receta vital del mundo para que pudiera mantenerse en pie.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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