Tejemaneje.

Érase una vez la historia de unas manos que movían los hilos en un confuso tejemaneje.

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Si la mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo… ¿qué es entonces la mano que mueve los hilos? pensó mientras veía las marionetas de los titiriteros saltar y bailar para goce y regocijo de los niños sentados frente al escenario.

Los domingos de otoño le recordaban en cierto modo a los primaverales –y a las cajas de bombones...-, nunca sabías cómo iban a tratarte hasta que te adentrabas en el parque y el día se revelaba –o cogías un bombón y descubrías lo que te tocaba, como la vida-; aquel era un domingo luminoso y bello en el que el otoño sólo saludaba desde las pocas hojas que ya habían abandonado sus ramas, unos niños correteaban felices tras la pelota mientras otros daban con su trasero en el suelo por su falta de pericia con los patines, los más tranquilos estaban disfrutando del teatrillo de títeres, ella paseaba… y observaba.

El parque era testigo de un trasiego incesante de gente, era como si todo el mundo supiera que quedaban pocos días de sol y calidez antes de que el otoño se vistiera de invierno y envolviera sus jardines en fríos, vientos, lluvias e incluso nieves haciendo imposible cualquier paseo por sus senderos; todos parecían querer respirar las últimas bocanadas de aire cálido antes de adentrarse en la época más fría y oscura del año.

Las carcajadas de los niños del teatrillo sonaban cada vez más fuerte y decidió acercarse y curiosear en la representación; veía con absoluta claridad los hilos que se caían del tejado del teatrillo hasta las manos, la cabeza y los pies de las marionetas e imaginaba otras manos, ocultas tras el telón del fondo, moviéndolos a placer. Siguió cada movimiento de cada hilo y, con él, el de cada marioneta y, con ellas, el de todos los niños, que parecían reaccionar el unisono, como los soldados al toque de corneta.

Reconoció la pericia de las manos que movían los hilos, su enorme habilidad en aquel loco tejemaneje cuyo objeto era el contrario al que perseguían las agujas de hacer calceta o ganchillo o los bolillos de hacer encajes; aquí de lo que se trataba era de un tejemaneje continuo y constante que, como por arte de magia, hiciera que todo terminara como empezó, con cada hilo independiente de los demás y pendiente sólo de la parte de la marioneta que le tocaba, eso sí, después de haber contado una historia que quedaría por siempre grabada en la mentes infantiles que la habían visto… que iría configurando el imaginario de toda una generación con las historias que contaban las manos que movían los hilos…

Vio a las madres con los carritos de bebé formando un corrillo, a los niños desperdigarse una vez terminó el teatrillo de títeres y se preguntó de nuevo… Si la mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo, ¿qué es la mano que mueve los hilos?.

Aquella noche la pasó en duermevela y, ya de madrugada, se levantó a beber agua con la intención de despertarse del todo hasta borrar de su mente las imágenes que atormentaban sus sueños; era un mundo de marionetas, nadie era de verdad, todo el mundo era de cartón piedra, todos los ojos miraban vacíos a la nada, todas las manos y todos los pies se movían al son de los hilos que los sostenían… y por más que miraba hacia arriba siguiendo los hilos, no lograba descubrir quien se escondía tras ellos… de quién era la mano que movía el mundo… Se sentó en el sofá recuperando el aliento y la cordura, mirándose las manos y sintiendo un profundo alivio al no descubrir ningún hilo en ellas… ¡eso era! pensó… la mano que importaba no era la que movía los hilos sino la que podía cortarlos y liberar a las marionetas del mundo feliz en el que eran prisioneras. (Suponiendo, claro está, que las marionestas quisieran ser liberadas…).

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Según el diccionario de la Real Academia Española:
Tejemaneje: De Tejer y manejar.
1. Acción de desarrollar mucha actividad o movimiento al realizar algo.
2. Enredo poco claro para conseguir algo.

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