Tarde lluvia y té.

Cada tarde de lluvia parecía igual a la anterior... pero todas eran distintas en su encanto y su desencanto.

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El agua repiqueteaba cada vez con más fuerza en los cristales y se acercó al ventanal del salón para ver cuán fuerte jarreaba; allí plantada, de pie frente a la ventana y viendo caer el cielo sobre el suelo, pensó en sus vecinos más pequeños, en el equipo de pequeños locos bajitos que cada tarde tomaban el parque por asalto; los imaginó tal y como estaba ella ahora mismo, frente a la ventana y preguntándose qué hacer la tarde entera si un viento fresco no se llevaba las nubes y con ellas la lluvia que seguía repiqueteando en la ventana.

Sonrió mirando el agua caer sobre el parque y sobre la lona que cubría la piscina, sonrió porque no era ella quien tenía que pensar qué hacer con los niños aquella tarde en la que salir a la calle era impensable salvo que se hiciese en barca; le hubiera encantado convertir su acogedora urbanización de la España de las piscinas (la España familiar, hipotecada y feliz en lo que cabe serlo) en el número 13 de la Rue del Percebe para descubrir las verdades que suelen esconderse tras la puerta de la casa…

Tal vez se llevara alguna sorpresa pero estaba segura de que no serían muchas porque la España de las piscinas tenía algo de corrala y de pueblo con ínfulas de gran ciudad; cada uno a lo suyo pero todos en el parque y la piscina de charla, conversación y cotilleo… lo que viene siendo la terapia de grupo tradicional.

Estaba segura de que Jose, el que despotricaba a voz en grito contra las malditas pantallas como si hubiesen conquistado su casa y a sus hijos por la fuerza, les habría colocado ya una a cada uno para que no dieran la murga más allá de lo razonable; tampoco dudaba que Alejandra trataría de montar un cuentacuentos, seguro que se habría puesto ya su gorro de bruja y elegido varios libros para montar la fiesta de pijamas a la hora de la merienda; Edu seguro que había sacado el monopoli, el cluedo, el Scattergories y hasta el bingo para organizar una tarde de juegos; y a todo esto seguro que los adolescentes y preadolescentes buscaban ya las vías de escape para esconderse en sus habitaciones y tras sus propias pantallas antes de que a sus padres se les ocurriera la idea de montar una tarde de cine en casa para toda la familia…

Se preparó un té chai con extra de canela y pimienta y recordó aquello que con tan buen tino había dejado Tolstoi negro sobre blanco: todas las familias dichosas se parecen pero las infelices lo son cada una a su manera… Volvió a su ventana mientras dejaba al té sus 5 minutos de reposo y descubrió que alguien había encontrado otro modo de pasar la tarde, Ana y Antonio habían calzado a sus gemelos con botas que más que de caña alta parecían de pierna entera y estaban cantando bajo la lluvia y el paraguas al tiempo que chapoteaban en los charcos… no tardó en sumárseles algún vecinito más porque, como decía Tolstoi, todas las familias dichosas se parecen y su España de las piscinas era un poco así, dichosa y parecida, tenía sus cosas, claro… pero parecidas. Incluso a ella, que detestaba la lluvia como solo pueden odiarla quienes han crecido bajo su manto, le entraban ganas de calzarse las botas de agua que no tenía y salir a cantar bajo la lluvia y el paraguas saltando de charco en charco… Supo que era una más de esas personas dichosas que lo son de maneras parecidas cuando vio a Amelia, la decana del vecindario, sentada en un banco, bajo los soportales, leyendo el Hola y a su marido Rafa, también a cubierto en los soportales, pero jugando con su bastón a modo de paraguas como si fuera uno más de los ratones colorados que chapoteaban en los charcos. –Pues que llueva– pensó mientras tiraba la bolsita del té y se acomodaba en el sillón de leer dispuesta a disfrutarlo en compañía de Jane Austen.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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Respiró hondo, se tocó la cara, el pecho, los brazos... se sintió aliviado al descubrir que seguía vivo y siguió durmiendo. Tal vez estar cancelado no fuera tan malo. + ver

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