Sonrisa.
Cuando las historias te arrastran, lo único que puedes hacer es salir tras ellas.
Con sonrisa o media sonrisa, que no risa ni carcajada, así es como había amanecido aquella mañana de domingo y le gustó su rostro así, naturalmente maquillado, sin sombras y sin ninguna luz más allá del brillo de sus ojos.
Rindió aquella sonrisa al ritual del primer café del día y lo acompañó con unos buñuelos de manzana que había preparado la tarde anterior; miró el periódico de lejos, sin dejarse arrastrar mucho por la realidad, lo justo sólo por aquello de vivir en ella, y lo apartó enseguida de sus manos para mantener su sonrisa, que era ya sí media, y darle al domingo una oportunidad.
Claro que la oportunidad más que para el domingo era para sí misma, para regalarse un día porque sí, para perder el tiempo como si fuese suyo, para darse el gusto que le viniera en gana y vivir un día como si no hubiera ayer… ni mañana.
Tuvo la tentación de pasearse pero el frío sol de invierno había tentado a demasiados aquella mañana y la sola visión de gentes desde su ventana la disuadió de tal plan, llevándola a su librería particular, ese rincón de la estantería en el que sólo vivían los libros que la habían enamorado por encima de sus letras y por debajo de sus historias.
Echó mano de una de ellas, ella, que era muy de escritoras, y se acomodó dispuesta a pasar el día con Edith Wharton y su edad de la inocencia; era una novela reveladora en lo individual y cruda en lo social, era crítica, emocionante, vital y, por encima de todo, muy humana y muy de seres humanos, personajes a los que ella había puesto rostro y voz, que tenían en su cabeza una imagen y unos modos propios y auténticos, tanto que se había negado a ver la película, y seguía negándose, porque sería tanto como cederle a Scorsese la dirección de un rodaje que, como lectora, le era propio.
No fue hasta que la luz comenzó a resultarle insuficiente que cayó en la cuenta de que lo había vuelto a hacer, después de tanto tiempo, se había regalado un día y había sido para vivir una novela… Obvió la gran lámpara del salón y encendió únicamente la de pie que iluminaba el libro lo justo y necesario, nada más. Se acomodó de nuevo en el sofá y al día le sumó la noche porque cuando las historias te arrastran lo único que puedes hacer es salir tras ellas.
Cuando el sueño amenazaba con vencerla sobre el libro, se arrastró con desgana hacia su cama con la certeza de la vida no es más que un entresijo de historias humanas y que a cada cual le corresponde tejer la propia con sus manos y sus sueños… y sin excusas.