Periodismo.
Erase una vez la historia de una hija de médicos que quería hacer periodismo. Y tuvo que hacerlo.
Su mesa era un casos de cacharros: el ordenador, las dos cámaras de fotos (profesionales ambas), el smartphone, la tableta, 7 cargadores, 2 baterías, 27 cables… y ella miraba aquel montón tecnológico sin apenas verlo porque lo que veía realmente era lo que contenía. –¿Tú no eres periodista?– le había dicho su madre con ese tono de reproche tan suyo, ese que empleaba con rencor desde el día en que asumió que su hija no sería médico como ella sino una cuentista más de esas que se llaman periodistas, gente de esa que no hace nada, sólo cuenta lo que hacen los demás… Así le había recriminado siempre su decisión pero no aquel día, 20 años después, aquel día había dejado de hacerlo, le había preguntado si no era periodista y, cuando ella respondió sorprendida que así era, añadió: –pues que se note-.
Y allí estaba, sentada en el sofá de su salón, mirando hacia sus herramientas de trabajo y tratando de decidir cómo hacer lo que sabía que tenía que hacer, contar y mostrar la verdad.
Las discusiones en su casa habían sido constantes desde su adolescencia, al principio por cosas de adolescentes, después por lo que supone tener unos padres que quieren llevar la dirección de la vida de sus hijos más allá de lo que les corresponde y finalmente, ya de tú a tú, por diferentes modos de ver la vida; pero siempre, tras todas aquellas discrepancias que subían la tensión de cualquier reunión familiar, estaba ella y su profesión, era algo así como la oveja negra de una familia de sanitarios, lo era especialmente cuando su madre se indignaba por fotos terribles como las de los heridos y muertos del atentado del 11m y ella defendía su publicación –¡es periodismo!– acababa gritando siempre para tratar de hacerse entender –¡el periodismo es contar y mostrar la verdad sea cual sea y sea como sea! no os engañéis, lo que no os gusta no es la foto sino la realidad que refleja y si os conformáis con que no os la enseñen es que sois unos hipócritas-. Su madre había estado tres meses sin hablarle después de aquella trifulca.
Y ahora, tantos años después, era su madre quien le enviaba un tropel de fotografías hechas con su smartphone tanto en el hospital donde trabajaba como en la residencia donde había muerto la abuela.
Sonó el teléfono. Era su madre. Ni tan siquiera saludó: –por cierto, llevo escuchándote hablar de periodismo suficientes años para saber de ese equilibrio raro en el que vivís los periodistas mostrar la verdad y a la vez respetar la intimidad de las personas y todo eso… tú eres la periodista, tú sabrás lo que se puede mostrar o no-. Colgó el teléfono. Y ella se quedó durante unos segundo escuchando el silencio con el smarphone pegado a la oreja.
No le devolvió la llamada a su madre. Sabía que no era eso lo que esperaba aunque estaba sola en casa, confinada, con síntomas de coronavirus después de semanas de jornadas maratonianas en el hospital, después de no haber podido despedirse de su propia madre y sin tener todavía sus cenizas, sin haber hecho una miserable misa… Sabía que aunque mantuviera la voz serena estaba rota por dentro pero en medio de aquel desastre había descubierto la importancia del trabajo de su hija la cuentista; porque era ella quien podía levantar el manto de calma tensa bajo el que la realidad latía dolorosamente.
Revisó todo el material, el que le había enviado su madre, el que había recopilado ella misma en sus días de investigación, el que había recibido de otros compañeros del periódico, el que le llegaba por mail de gentes anónimas… Hizo su selección y escribió a su jefe.
Poco después recibió un mensaje: vas a portada ¿preparada?.
Comenzaba un trabajo contrareloj, el propio de la redacción de un periódico de papel con su hora de cierre y todos esos inconvenientes respecto a los medios digitales que se diluían cuando veía la última edición de su diario en el kiosko.
Cuando terminó se preparó un chocolate caliente, se arropó con la manta del sofá y sintió como las lágrimas le caían por el rostro. El periodismo es ésto, pensó, mirar la realidad sin prejuicio alguno y buscar la verdad más allá de bulos y manipulaciones, separando lo importante de lo que no lo es, lo que es noticia de lo que es anécdota o morbo… y después contarla; sabía que en cuanto la portada se publicara le lloverían las críticas, también los aplausos pero eso no era lo importante y recordó aquella conversación con su madre que le había costado tres meses de indignación y silencio.