Lumbrera.

Érase una vez la historia de un lumbrera que, por obra y arte del sarcasmo y la ironía, acostumbraba a hacer deshonor a su nombre e iluminar muy poco (por no decir nada).

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Volver a sentir el sol en la piel y descubrir que no era un sol frío ni de mentira como el sol de invierno o incluso de la primavera cuando se pone revoltosa, era ya un sol de verdad que todavía no quemaba como lo haría en pocos días pero que ya calentaba la brisa todavía fresca a aquellas horas de la mañana… esa sensación se le antojaba impagable ¡y era tan sencillo (y barato) disfrutarla! sólo había que salir a pasear a la fresca, cuando las calles (por aquello de ser domingo) no estaban todavía puestas pero ¿qué importaba? bastaba un camino y un banco al sol para disfrutar el día desde su mismo amanecer. Claro que con lo que no contaba es con aquel banco con vistas a la terraza del bar que daba la espalda la magnificencia natural del parque ¿quién había sido el lumbrera que lo habría colocado así? a saber…

Caminó un poco más hasta encontrar un banco con buenas vistas sin dejar de pensar en aquel que miraba a la terraza del bar, todavía vacía, le incomodaba sobremanera pensar que podía ser una metáfora perfecta que su tiempo, la idolatría de la cañita y el bar que daba la espalda siempre a lo natural y lo auténtico… pero no quería ponerse melodramática porque si bien sabía que podía haber más de cierto de lo que gustaría reconocer en aquella metáfora mal traída, también sabía que lo auténtico y lo bello sobrevivían a todo, incluso a las miradas de espalda, así lo había sentido la noche anterior cuando vio el Auditorio Nacional lleno hasta la bandera, cientos de personas dispuestas a descubrir a qué sonaba una banda sonora mítica en vivo y en directo interpretada por una magnífica orquesta filarmónica y un coro. No. No todo era reggetón ni otros ritmos de usar y tirar, no todo era cutre y feo; no, no todo eran notas discordantes ni uniformes. Afortunadamente todavía quedaban lumbreras (de los buenos).

Allí estaba ella, sentada en un banco con vistas naturales y sintiendo el sol en su rostro, llevaba un libro en el bolso pero cerrar los ojos y sentir el suave calor del sol matutino que pronto sería insoportable se le antojó más tentador en aquel momento… hasta que comenzó a oir cada vez más cerca las rodadas de las bicicletas y las risas de los niños que las hacía rodar; sonrió para si pensando en el madrugón con el que habían obsequiado a sus padres aquel domingo; abrió los ojos y lo primero que vio fue a uno de los pequeños tratando de hacerse con el control de una bici que iba demasiado rápido, razón por la que acabó rodando por el suelo; se lenvantó enseguida y corrió hacia su bici para asegurarse de que no había sufrido daño alguno, razón por la que ella dio por hecho y sentado que el que no se había roto nada más que su pequeño orgullo era aquel pequeño loco bajito. –¡menudo lumbrera estás hecho!– le gritó un niño un poco más alto que el accidentado –pues anda que tú…– respondió el otro, eso sí, hablando al cuello de su camisa.

Vio entonces a un hombre de mediana edad sentarse en un banco cercano al que ella ocupaba, llevaba un periódico en la mano y se sentó con gesto cansado, le oyó decir a los niños que aparcaran bien las bicicletas y que no se alejaran de donde él estaba –donde yo os vea– apostilló; volvió a cerrar los ojos y para cuando el calor empezó a resultar incómodo se levantó con pocas ganas de pasearse y descubrió que el hombre del periódico estaba haciendo exactamente lo mismo que ella, moverse.

¿Quién es ese?– preguntó el más pequeño de los niños señalando una de las imágenes de la portada del periódico –un lumbrera– respondió el padre sin dudar –¿y éste?– preguntó señalando otra foto del periódico –otro lumbrera– fue entonces cuando el pequeño, un tanto desconcertado preguntó -¿pero qué es un lumbrera?- su padre le habló entonces de los genios y los sabios, de los que iluminan y dan luz, de las fuentes de sabiduría y conocimiento… explicaciones todas de orden etimológico que distaban mucho de la ironía que encerraban sus palabras cuando definió a los políticos de la portada del periódico como lumbreras; razón por la que el hermano mayor de aquel pequeño y confuso accidentado decidió intervenir hablando, esta vez sí, con más propiedad que su padre… –un lumbrera es un iluminao como el que puso ese banco mirando al bar en lugar de mirando al parque-.

El pequeño miró de nuevo al periódico que llevaba su padre en la mano, miró al banco de la discordia, se encogió de hombros y dijo… –igual los iluminaos son lumbreras a los que se les ha fundido la bombilla-.

 

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