El éxito del fracaso.

Érase una vez la historia de alguien que sabía que el fracaso podía ser, de facto, un éxito... (o no).

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‘El éxito del fracaso’ escribió a modo de título aun sabiendo que no era un título muy original, creía recordar que se había publicado incluso algún libro bajo ese título pero ocurría que cuando una frase recogía exactamente lo que quería expresar no podía dejar de utilizarla por más repetida que sonara, además no podía quitarse de la cabeza la idea de que, en realidad, había mucho más que contar del éxito del fracaso de lo que se había contado ya.

Tenía todavía el regusto dulce y agradable de su Chai Tea Latte de la tarde anterior en la memoria y, ante la pereza que le provocaba pensar en café corriente y moliente o un te verde o rojo sin más gracia que, a lo sumo, un toque de canela y dos de estevia, decidió cambiarse y aventurarse al paseo que separaba su casa del Starbucks más cercano para deleitarse aquella tarde con otro Chai Tea Latte, claro que esta vez sería uno solo y para llevar, no había tiempo de tardes de charla como la del día anterior.

El frío apretaba y mientras aceleraba el paso pensaba en la columna que tenía pendiente ¿qué faltaba por contar acerca del éxito del fracaso? tenía la idea clara en su cabeza pero explicarla era harina de otro costal y el aire frío y húmedo no ayudaba… o tal vez sí.

El éxito del fracaso era, para empezar, no haber muerto en el intento, preservar en las ideas y las intenciones la convicción de empezar de nuevo y seguir adelante aderezada con el aprendizaje que, a nada que se tenga dedo y medio de frente, aporta todo fracaso. Claro que antes de llegar a ese momento del punto y aparte para volver a empezar había que decidir por dónde empezar y eso, que podía parecer lo fácil, se convertía a veces en un camino tortuoso y complejo en el que lo más probable era perderse. ¿Qué hacer entonces?.

Entró en su Starbucks como quien llega al cielo tras transitar por el infierno o, por ser más exactos, quien llega al cielo tras transitar por el invierno; pidió su Chai Tea Latte, hoy grande, que el paseo de vuelta no sería más cálido de lo que lo había sido el de ida, bebió un poco para terminar de entrar en calor y salió de nuevo a las calles.

Llevar el vaso (doble) caliente en las manos la reconfortaba y pensar en su cálido e iluminado salón la animaba a acelerar el paso; para cuando llegó a casa y se acomodó en su mesa frente al titular que había dejado escrito, ‘el éxito del fracaso’, lo único que tenía en la cabeza era la pregunta que se había hecho al llegar a Starbucks ¿qué hacer cuando el fracaso parece inevitable y toca reinventarse para seguir adelante si no se ve claro el camino a seguir? ¿qué hacer para evitar perderse en un transitar tortuoso sin destino que ponerse en el GPS del alma? ¿Quedarse quieto? ¿Caminar sin ton ni son? ¿lamentarse? ¿echar la culpa alguien? ¿colgar la responsabilidad a otros?… Se le ocurrían mil respuestas a cada cual más descabellada y todas debidamente argumentadas con gentes con nombres y apellidos a las que había visto caer en cada una de aquellas acciones sin sentido.

Tomo un largo y todavía cálido trago de su Chai Tea Latte y escribió con letra firme y clara: seguir fracasando.

Sí, esa era la respuesta, seguir fracasando aun a riesgo de no dejar de hacerlo jamás…

Imaginó la cara de pánico que pondrían los adalides del éxito al leer aquella terrible propuesta, ella sonreía porque, más allá de que le encantaba molestar a quienes hacían del éxito ‘porque tú lo vales y porque tú puedes’ su leitmotif, sabía que por largo que llegara a ser su historial de fracasos podría firmarlo con un epitafio que se acomodaba como pocos a su estilo de vida: he vivido, siento no haberlo hecho peor*.

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*Claro que mientras no llegara el momento del epitafio, seguiría tratando de hacerlo mejor por si acaso a la vuelta de un proyecto tiraba los dados, le sonreía la suerte (esa que sólo encuentra a los que están trabajando) y descubría a qué sabe eso que llaman éxito.

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