Ego.
Érase una vez un ego que soñaba a lo grande y trabajaba en pequeño, un rufián tontorrón al que se le veían las dobles verdades, mentiras todas, por delante y por detrás.
Lo vio acercarse a la máquina de café con sus andares desmañados y sus gestos toscos, oyó sus carcajadas estridentes y soberbias entremezcladas con los sonidos propios de la máquina de café y, aun sin querer, escuchó una vez más sus certezas explicadas entre comentarios jocosos que pretendían tener gracia pero que no eran más que palabras de ida y vuelta que hoy podían decir una cosa y mañana la contraria.
Aquel era uno de esos días extraños en los que todo parecía tranquilo y en calma, lo que le permitía sacar la cabeza de su pantalla y mirar a su alrededor; y como sucedía siempre en aquellos días no podía evitar ver al mundo en sus egos. Al de la máquina de café lo conocía bien, ere un ego de los que viven con los oídos tapados y los ojos ciegos, un ego de los que sueñan a lo grande y trabajan en pequeño pero había más, incluso había algunos buenos.
La realidad comenzó entonces a desfiguarse, el ego de la máquina de café miraba el reloj y puso de nuevo en marcha su andar desmañado, lo vio convertirse en el conejo de Alicia ¡llego tarde! parecía gritar ¡llego tarde!. Pero todos sabían que no iba a ninguna parte ni era el rey que soñaba…
En el extraño baile de egos de cuento que veía a su alrededor había otros que le resultaban tan curiosos como el conejo blanco; descubrió a Alicia y su ensoñación constante y también a la bruja de Blancanieves, no faltaba el avispado gato con botas ni sobraba algún que otro músico de Bremen; el suelo, los muebles, los sonidos e incluso los aromas parecían desdibujarse un poco más y verse trazados a mano alzada por algún ilustrador creativo y ocurrente.
Se preguntó entonces que personaje sería ella en aquel cuento pero no se atrevió a acercarse al baño y su espejo para descubrirlo, se sintió un poco como el león en busca de valor aunque lo que realmente quería era el camino de baldosas amarillas de Dorothy.
El sonido del teléfono borró todo rastro de fantasía de su alrededor como si la nada se hubiese adueñado de la oficina… todo era gris e igual, nada destacaba, nada se movía, ni tan siquiera los egos, que parecían clones los unos de los otros…
Pensó entonces que tenía que volver a leer, aunque sólo fuera para mantener vivo el mundo de fantasía y vivir así con la certeza de tener un lugar en el que refugiarse de la nada y el miedo… y de la realidad.