Bombones.
Esta es la historia de una tarde de domingo, libros y bombones que era, algo así, como la vida misma (a ratos).
–La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar– pensaba mientras hacía cola en la tienda de chocolates…claro que eso era cierto solo a veces porque, generalmente, eres tú el va a la chocolatería y pide cuarto kilo de bombones de trufa o de chocolate blanco, o de licor o… y entonces no hay sorpresas, sabes lo que te va a tocar; luego estaban los raros, los perros verdes, los indecisos y los inquietos, los que entran en la tienda de chocolates y no saben qué pedir pero a la vez se niegan a pedir un variadito porque no quieren sorpresas o, mejor dicho, no quieren que nadie elija por ellos ¡faltaría más! ¿y entonces? entonces tocaba jugar al descarte, ‘no sé lo que quiero pero sí lo que no quiero‘ y de ese modo se hacían con una caja de bombones que es como la vida pero menos, no sabes lo que te va a tocar pero sí lo que no te va a tocar; y, claro, además de los que elijen a conciencia y de los que lo hacen al descarte están los que ni siquiera entran en la tienda de chocolates… para esos sí que la vida es como una caja de bombones, ellos sí que no saben nunca qué les va a tocar porque no han hecho jamás nada para que les toque o les deje de tocar algo en particular.
–¡qué me corten la cabeza!– Se dijo camino a casa con su caja de bombones bajo el brazo ¿o no era razón suficiente tener la mente en Narnia y filosofar ramplonamente sobre la vida a cuenta de ir a comprar unos bombones para pensar en hacer de su cabeza lo que los mayas hacían de las suyas en el juego de pelota?. Volvió perezosamente del mundo de Alicia acariciando la portada del libro que acababa de terminar, una novela de las que te envuelven plácidamente para removerte hasta el fondo de las entrañas muy especialmente ahora que había comprobado que los trabajos de cancelación relativos a esa novela y su adaptación al cine marchaban viento en popa a toda vela…
–Hay hombres que nacen para llevar sobre sus hombros el peso del mundo– Pero esos hombres no eran como Atlas, no eran titanes ni mucho menos habían sido castigados por Zeus, no cargaban el peso del mundo por orden divina, ni tan siquiera humana, lo hacían bajo el peso de su conciencia, no eran héroes, eran sólo hombres honestos y justos, eran como Atticus.
Y esos hombres que habían cargado a lo largo de la historia con el peso del mundo, esos que habían renunciado a la comodidad de vivir arrullados por las ideas imperantes, esos que salvaguardaban la esencia misma del ser humano (que no era otra que su libre albedrío), esos eran los que caían bajo el peso del cielo de la cancelación… Atticus debía ser acallado porque representaba a un hombre blanco bueno y justo, sus hijos debían ser acallados porque representaban la bondad inherente a la inocencia y a la ingenuidad, incluso Tom Robinson debía ser acallado a pesar de que le sentaría como un guante, a él sí, el cartel de Black Lives Matters…
Cogió uno de los bombones de su caja y leyó varios titulares acerca de lo machista que era la película Notting Hill y no-sé-qué otra cosa era la Sirenita… volvió sus ojos a la portada de Matar a un Ruiseñor con el sabor a chocolate en la boca y el recuerdo de Gregory Peck como un imponente Atticus Finch en la memoria y se reafirmó en algo que llevaba tiempo sintiendo… el mundo no era lugar para tibios ni moderados, ni tan siquiera para discretos, antes o después tienes que sentarte en el porche de Atticus Finch… o en el vaciadero de basuras de los Ewell que es salón de quienes quieren cancelarlo.