Ay.

Ay. El dolor de regla. Ay.

Ay. Sí. Ay. Tituló así su columna semanal sabiendo que el intervalo que transcurriría entre su envío al periódico y una llamada de su editor sería inferior al minuto. Ay. No importa. ¿Cuántas cartas comodín ‘sé que el título no te gusta o no le gusta a Google pero a mí sí y así se queda‘ le quedaban aquel semestre? Lo sabía, dos. Gastaría una. ¿Por qué? Porque dismenorrea sonaba a gonorrea, porque era una palabra fea aunque aludiese a algo natural y porque a veces la elegancia, el pudor y la discreción mandan… (y a veces no). Además también está el valor de las interjecciones. Y ese ‘ay’ era perfecto pensando en algo tan natural y coñazo como los dolores de regla.

Releyó el párrafo. No había quedado muy elegante. Tampoco del todo pudoroso. ¿Retocarlo? Pues mira, no, porque no se puede hablar de según que cosas, sabiendo de lo que se habla, sin que duela un poco al leerlo.

Le había llegado en mal momento aquello de considerar los dolores de regla como algo inhabilitante, no porque no lo fueran, que podían serlo, sino porque lo eran, o podían serlo, del mismo modo que una migraña ¿todas las migrañas son un coñazo? Sí ¿todas las migrañas son inhabilitantes? No. Lo mismo vale para los dolores de regla ¿y por qué hay que dejar que los unos los gestione el médico según su sabia consideración y los otros han de gestionarse por ley estigmatizando todavía más a las mujeres?.

Cuanto más lo pensaba más se enciscaba y ofendía, se sentía como si una especie de conspiración judeo masónica hubiese caído sobre ella y, lo peor, se sentía regresando a su adolescencia en el peor de los sentidos, aquel tiempo en el que su madre le decía que, aun siendo mayor que su hermano, no podía volver sola a casa y que su hora de llegada era previa a la de él ¿la razón? Eres una chica y con las chicas es distinto; también recordaba aquello de que una palabra malsonante en ella era peor que en su hermano porque tal o cual palabra sonaba peor en boca de una chica y por supuesto recordaba el drama que supuso marcharse de viaje de fin de carrera con su chico, a su hermano pequeño ni se le preguntaba acerca de su vida más allá de las bromas de turno con las novias, a ella se la sometía a un tercer grado ¿por qué? Porque con las chicas es distinto. Y a lo mejor es cierto que es distinto, lo que no tiene es por qué ser peor (la igualdad y sus ‘cosas’).

Luego llegó el mercado laboral y durante un tiempo, no corto, todos los hándicaps que había sufrido desde su adolescencia por eso de que ser una chica es distinto se evaporaron gracias al buen uso que hizo de su libertad y duramente ganada independencia. Hasta que llegaron las ganas de ser madre y el momento que parecía perfecto para ello y el precio que sabía que tendría que pagar por ello… Lo pagó con gusto porque fue su decisión personal, siguió trabajando pero cambió de puesto y puso su carrera profesonal al ralentí, recoger al peque de la guardería y pasar las tardes con él bien merecía la renuncia ¿conciliación? Ay. Ay. Ay. Sí, tres ay, porque esa duele más que la regla.

Y ahora que el peque le sacaba media cabeza y veía ya el momento de volver a aquel impás maravilloso en el que ser mujer era un hecho de nula relevancia, le caía encima una somanta de sambenitos que ni su madre, cuando no era ella más que una adolescente a medio hacer, había logrado colgarle: ‘Todo en nuestra vida es un problema. Jugar con muñecas. El colo rosa. Estudiar historia o medicina en lugar computación. Vestirse (la moda mal). Acicalarse (depilarse mal). Tener tetas (dan miedo). Volver sola y borracha (mejor no). Ligar (¿esa mirada será acoso?). De follar mejor ni hablamos. Hasta parir se complica con la amenza de la violencia obstétrica. Y ahora, la mensturación, equiparada a una enfermedad inhabilitante…‘ (@maiterico dixit).

Se imaginaba a una de 25 en una entrevista de trabajo buscando el modo de responder  indirectamente a las preguntas que no le harían directamente y que sentía volando en el ambiente… le juro que no voy a ser madre a largo plazo, si no tengo ni pareja ¡ni ganas oiga! ¿y la regla? ¡ni me entero! Debe ser de famila pero vamos, nada, un suspiro. Igual ahora ella lo tenía más fácil para darle aire a su carrera profesional… al fin y al cabo a los 47 y con el niño ‘criao’ ya se piensa más en la menopausia que en la maternidad y la regla… Claro que como hacía menos de dos semanas que un tipo al que le tenía el afecto suficiente como para no mandarlo a freir puñetas, le había hablado de la diferencia generacional… (9 años le sacaba…) pues tampoco era gran consuelo, menos aún cuando oía cada vez más alto, cada vez más fuerte y cada vez más desesperado el mismo grito en su interior: Ay. ¡Pero queréis dejarnos en paz con nuestra vida, nuestras tetas, nuestras decisiones y nuestras reglas, carajo!.

Bien. Habiendo escrito su lamento, su rabia y su disgusto se sentía un poco mejor. El efecto del analgésico sobre sus ovarios también influía, claro, así que decidió habilitarse para ejercitarse un poco al menos mientras brillase el sol… y hasta que la siguiente ocurrencia limitante, denigrante e inhabilitante llegara en forma de proyecto de ley o cosa semejante.



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