Chiripa.

De cómo el abuelo explicó a sus nietos que la vida no era cuestión de suerte, chiripa, azar ni buena fortuna sino de serendipia.

¡De chiripa! gritaba enfurruñado el más pequeño de cuantos niños jugaban aquella mañana de domingo al baloncesto en las pistas del parque, ¡qué potra! decía el segundo más pequeño ¡ay que jod…! remataba el más descarado y malhablado del equipo mientras los mayores se reían a placer porque, en plena adolescencia y con las hormonas en pie de guerra, ganar era lo único importante, no importaba si era en el parque, un domingo por la mañana y a un grupo de pequeños locos bajitos o en la final de la liga, el caso era ganar.

Claro que aquella escena no tenía nada de curiosa, era de lo más natural; lo más llamativo era el modo en que se conducían los padres de los más pequeños, pidiendo cuentas a los niños mayores como si hubiesen olvidado que la infancia es una jungla en la que conviene aprender a defenderse desde que se levanta medio palmo del suelo, como si estuviesen obligados a proteger la ignorancia, vestida de inocencia, de sus infantes incluso en la cancha de baloncesto del parque… Los abuelos en cambio, más experimentados y sabios ellos, callaban y sonreían para sí.

Suerte, chiripa, potra, de carambola… eran las palabras más repetidas por los más pequeños; escuchándolos era fácil llegar a la conclusión de que habían perdido el partido por una mala jugada del azar o incluso por casualidad, no por la pericia, el tamaño y la experiencia de los mayores frente a su gran afán pero todavía corta estatura; ¡son unos abusones! les decían los padres tratando de apaciguar tamaño disgusto y entonces la conversación acababa derivando en lo buenos que eran los pequeños y lo malos (y malvados) que eran los mayores que habían ganado por suerte, por fuerza bruta y por velocidad punta.

¡La vida es así! exclamó entonces el mayor de los abuelos, un viejo de pelo blanco y gafas grandes que, a pesar de estar sentado en un banco, se ayudaba de una garrota para mantener el equilibrio, con la espalda erguida y sin inclinarse tras el peso de su oronda tripa; ¡han ganado de chiripa! repitió un pequeño, que debía ser su nieto, mientras se ponía una sudadera, a veces pasa, respondió el abuelo…

Tanto el abuelo como el pequeño, con un par de locos bajitos más y sus padres, se dirigieron al café que había junto al parque, era la hora del aperitivo, momento que aprovechó el viejo para explicar aquello de ‘a veces pasa…

Verás, dijo el abuelo después de disfrutar de un buen trago de su cerveza acompañado de una croqueta, en la vida pasan cosas que a veces no esperamos, los días no siempre transcurren como imaginamos… a veces ganamos porque nos esforzamos y a veces perdemos a pesar de habernos esforzado, a veces acertamos, a veces nos equivocamos y en otras ocasiones pasan cosas… incluso por casualidad; tras ese breve parlamento llegaron las quejas, las réplicas y los lamentos.

Los más pequeños decían que entonces para qué molestarse por nada si la vida iba a hacer lo que a ella le diera la gana mientras sus padres regañaban al abuelo ¡bonita cosa les dices! le reprochaban pero el viejo sonreía, también la mayor de sus hijas que lo conocía bien y sabía por dónde encaminaba sus pensamientos y su discurso…

Uy no, añadió el buen viejo, veréis, las casualidades no ocurren por casualidad; al oír aquella frase que era para ellos como un trabalenguas los pequeños lo miraron como si su abuelo hubiese perdido la cabeza; puedes encestar de chiripa, sí, pero sólo si tiras a canasta; puedes ganar un partido por suerte, sí, pero sólo si lo juegas… Aprovechando que los niños lo miraban con suma atención, tratando de descifrarlo el abuelo exclamó ¡serendipia! y los niños rieron a carcajadas repitiendo aquella palabra que oían por primera vez.

Tras el jolgorio y la risa, el más pequeño hizo la pregunta que el abuelo esperaba ¿pero serendipia qué es?

¿Has oído hablar del Principio de Arquímedes? Preguntó el abuelo, a lo que los niños respondieron a coro y a voz en grito ‘¡todo cuerpo sumergido en un fluido…’; pues bien, continuó el abuelo, el señor Arquímedes descubrió ese principio tomando un baño; los niños lo miraba con escepticismo y el viejo les sonrió, así es ¿os habéis fijado como al meteros en la bañera el nivel del agua sube? Pues en eso se fijó el bueno de Arquímedes y después formuló su famoso principio.

Yo también me fijo en eso pero no hago ciencia, dijo el más pequeño sin acabar de entender el asunto ¡ah! respondió el abuelo encantado de haber llevado la conversación al punto exacto que quería llevarla: eso es porque no estás preparado; la suerte, la chiripa, la buena fortuna… favorecen siempre a quien está preparado; eso es serendipia.

Ya, dijo en niño en tono respondón, lo que dices es que tuvieron potra, sí, pero que nos ganaron porque son más grandes y juegan más que nosotros y no sólo de chiripa ¿no?; el abuelo sonrió inclinando la cabeza graciosamente y dedicando su atención de nuevo a su cerveza y sus croquetas.



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