Asnada.

Esta es la historia de Asnada, un feliz pueblo sin nombre hasta que un hijo de infausto recuerdo lo convirtió en Asnada...

Asnada era un pequeño pueblo entre altas montañas y nubes, estaba en un valle a incontables metros sobre el nivel del mar pero muy alejado también de las cumbres que lo rodeaban; era un lugar de acceso imposible: lo que allí llegaba allí moría y lo que allí nacía allí vivía hasta el fin de sus días; sólo algunas aves eran ajenas al destino ineludible de los ciudadanos de Asnada, sólo ellas iban y venían a placer cruzando el mar de nubes que encapotaba los días en aquel pueblo recóndito, dejado de la mano de Dios, y nada en su vuelo hacía pensar que el viaje mereciera ni dejara de merecer la pena.

En Asnada los días eran siempre iguales, no había uno más luminoso ni más oscuro que el anterior, tampoco ninguno más largo ni más corto que los otros, ni más frío ni más cálido… las casas eran también muy parecidas e incluso las gentes resultaban a veces indistinguibles; vivían en comunidad y se sonreían siempre, sólo algún percance como un paso mal dado, un golpe inesperado o el contacto de una gota de agua hirviendo escapada del caldero borraban momentáneamente aquellas sonrisas que, por lo demás, parecían pintadas a mano alzada en sus rostros. Salvo al caer la tarde.

Al caer la tarde se sentía fluir la emoción por las calles de Asnada, todo el mundo salía de sus casas y se acercaba a la plaza sin apartar la vista del camino de la cueva y, al rato, veían venir a sus ciudadanos más queridos y admirados, a los magos y a los sabios que resolvían todas sus dudas, miedos, misterios y dolores, los que daban sentido a los monótonos días de su pueblo perdido entre altas montañas y nubes.

Los tres magos viejos, seguidos por tres de mediana edad, tres jóvenes y tres niños recorrían en silenciosa y sonriente procesión el camino de la cueva hacia el pueblo; una vez allí los tres magos niños corrían a abrazar a sus hermanos y a jugar como locos no lejos de la crepitante hoguera que ardía en medio de la plaza mientras los nueve magos restantes se sentaban alrededor de la misma hoguera e iban atendiendo pacientemente a los ciudadanos de Asnada: algunos tenían dolores nuevos que necesitaban acallar, otros les consultaban ideas, a veces peregrinas, a veces certeras, acerca de la construcción de las casas o de sus métodos de caza, sobre si estas o aquellas hierbas se podían recolectar o si un fruto nuevo aparecido en el bosque se podía comer.

Después cenaban todos juntos y, cuando la noche ya era oscura como la boca del lobo, los doce magos encendían una antorcha en la hoguera y recorrían de nuevo el camino de la cueva prometiendo volver al día siguiente; las gentes de Asnada los veían marchar con su sonrisa puesta, felices de tenerlos cerca, confiados en lo que ellos les recomendaban cada día, seguros de que mientras hubiese 12 magos en la cueva nada podría hacerles daño; algunos decían que eran magos porque eran sabios, otros que eran sabios porque la cueva era mágica; en realidad no importaba, todos les tenían una fe inquebrantable y todos tenían algo de razón. Los magos eran sabios y la cueva era mágica desde hacía mucho, mucho tiempo, desde que el primero de todos ellos había guardado en ella todo el saber del mundo… Había sucedido tanto tiempo atrás que en Asnada ya nadie lo recordaba pero los magos no lo habían olvidado, tenían el deber de no olvidarlo para que nunca jamás volviera ocurrir nada semejante.

Sucedió cuando Asnada no era Asnada cuando no había cueva ni camino de la cueva, cuando la sonrisa de sus habitantes era siempre genuina y no una mueca mal pintada, cuando se reunían cada tarde junto al fuego para leerse historias; hubo entonces un día que no fue como los demás porque nació un niño que no era como los demás, era el más avieso y retorcido que nunca hubiera visto la luz en Asnada; aquel niño de infausto recuerdo se convirtió en hombre y convenció a todos de que eran esclavos de las historias que se contaban, de que la vida no estaba bajo el mar de nubes que los cubría ni entre las cumbres que los protegían sino más allá de todo ello, los convenció de que eran tan libres como las aves y que podrían ir y venir a placer si dejaban de conformarse con las historias y los libros.

Poco a poco la semilla del mal que aquel hombre oscuro había plantado en sus mentes fue dando frutos y los libros se fueron acumulando al borde del bosque, algunos incluso llegaron a usarse para mantener la hoguera encendida; pero hubo un niño al que nadie puedo convencer de que la vida estaba más allá de las cumbres blancas y el mar de nubes porque de todos los que habían salido en su busca jamás ninguno regresó ¡no es la vida lo que está ahí fuera! decía aquel niño ya de joven ¡es la muerte!. Pero Asnada era ya un pueblo de oídos sordos a la verdad por muy real que se manifestase ante ellos.

Aquel niño recogió todos los libros abandonados junto al bosque y los escondió en la cueva y, cuando el maldito hombre avieso murió, él comenzó a peregrinar de la cueva al pueblo; nadie sabía quien era, nadie lo recordaba, nadie conocía la existencia de los libros ni las historias, todos eran muertos vivientes con la sonrisa pintada en la cara…

El primer mago supo que no podría devolverles la vida y la razón, que lo que durante tanto tiempo había sido destruido no podría reconstruirse en un momento y por eso decidió comenzar a formar su consejo de magos leídos, su equipo de sabios… para que las gentes de Asnada los escucharan a ellos y no a los aviesos, para que cuando se dieran cuenta de que ni los magos eran sabios ni la cueva era mágica sino que el saber estaba en los libros que la cueva guardaba y los magos habían leído, los libros pudieran volver de nuevo a Asnada y a los hombres la vida inteligente.

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Nota:
Asnada,
según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, significa: tontería, bobería, necedad, simpleza, burrada, absurdo, imbecilidad, asnería.

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Moraleja: convendría leer más para librarnos de los aviesos, malos, siniestros, perversos, malvados, malignos, infames, malintencionados… y alejarnos así tanto como sea posible de lugares tan tontos, bobos, necios, simples, burros, absurdos e imbéciles como Asnada.



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