Fluir o morir.

Fluir o morir, así era la vida en la madre tierra o así al menos la sentía aquella larga tarde de paseo.

Caminando cuesta arriba y cuesta más arriba, empinada una, más empinada la siguiente (y así hasta llegar a la cima) alabó la idea de quien había diseñado un teleférico para ahorrarse el paseo y se lamentó por haber sido tan incauta como para pensar que la tarde estaba para caminarla… la tarde ciertamente lo estaba pero las cuestas eran otra cosa y es que a ella la única cuesta que le gustaba era la de Moyano, las demás eran pequeños o grandes castigos de la orografía. Sea como fuera ya no había vuelta atrás, tenía que caminar hasta la cima y así lo haría ¿cómo bajaría después? Con no hacerlo rodando ya le iba bien.

Ya arriba, en el parque que coronaba la ciudad, olvidó lo trabajoso del paseo y lo empinadas que le habían parecido las cuestas (ya se lo recordarían sus músculos al día siguiente) y se sentó en un banco al sol para maravillarse ante las vistas que se desplegaban a sus pies, en la falda de la montaña: el mar al fondo, la ciudad en medio, la brisa soplando suave…

Mirando tan variado y vistoso paisaje se recordaba a sí misma formando parte de él: nadando a placer en el mar (durante un rato) el día antes y sobrevolándolo el anterior gracias aquella brisa suave tan propicia para el parapente; estaba cansada, sí, pero podía afirmar sin temor a equivocarse que no estaba hecha para el medio acuático ni para el aéreo, que el ser humano era un animal terrestre, uno que necesita sentir el suelo bajo sus pies, que requiere un mínimo de solidez para moverse libremente y sin preocuparse por su propia vida más que lo justo y necesario.

El agua fluye y bien está que así sea pero el ser humano sólo puede fluir en ella un rato sin riesgo de ahogarse; fluye también el aire y en él es más difícil si cabe que en el agua moverse sin riesgo, tal vez por eso el sueño de volar había sido una obsesión humana, por lo que tiene de imposible (naturalmente).

Aquella tarde, bajo un sol tímidamente cálido y desde lo alto de una montaña, lo supo: cuanto más tendiese el mundo a lo fluido más tendería también al desastre… ¿era la solidez de lo clásico y lo viejo la tabla de salvación? Así se lo pareció pero no se dejaba llevar a engaño por los silogismos sencillos, fluir hacia el desastre se le antojaba un error pero sabía que no menos errado sería dirigirse frontal y velozmente contra un muro ¡ay los equilibrios humanos! Tan ventajosos ellos y a veces tan difíciles de mantener.

Se conjuró consigo misma frente al mar y bajo el cielo, con los pies bien pegados al suelo, para prometerse fluir libremente sobre la sólida tierra.



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