Alegría.
La alegría propia de un Domingo de Resurrección ponía punto y final a la Semana Santa. O no.
Hacía sol. Solía ocurrir los Domingos de Resurrección incluso cuando los Jueves y los Viernes Santos hubieran estado pasados por agua; pero no importaba cuán buen o mal tiempo hiciera, el Domingo de Resurrección y alegría siempre caminaba por calles casi desiertas y silenciosas, las mismas calles por las que procesionara días antes Jesús en su Calvario y con su Cruz a cuestas, la Dolorosa queriendo abrazarlo, los Apóstoles sentados a la mesa (incluso el traidor y el que habría de negarlo tres veces…), San Juan, la Verónica, el Huerto de los Olivos, la Virgen de las Angustias…
Pero en esos días previos, los de la Pasión y Muerte, los del Calvario, el Santo Encuentro y no menos Santo Entierro, las calles estaban llenas de gente, algunos con Fe en Dios y en el valor del sacrificio de su Hijo, otros con apego a la tradición y la costumbre, algunos más con curiosidad por unas procesiones que no dejaban de sorprenderlos… en cambio el Domingo de Resurrección la Virgen de la Alegría solía pasear sola por las calles de Ferrol luciendo un bello manto de flores blancas, una soledad feliz la suya sabiendo a su Hijo resucitado a la derecha del Padre y a la vez también extraña… extraña porque ¿cómo entender el fervor que llenara las calles días antes para conmemorar un terrible Vía Crucis que terminara con su Hijo clavado en una Cruz como si de un vulgar asesino se tratara y la poca fiesta de la que se gozaba el día de su Resurrección? ¿Dónde estáis hoy, almas cándidas? Debía preguntarse la Virgen de la Alegría no sin cierto desconcierto…
Tal vez fuese porque el tiempo hace lo suyo sobre las tradiciones y no son siempre las que celebran lo más importante las que más ni mejor sobreviven, o quizá fuese que toda la alegría estaba en aquella imagen y en su manto de flores blancas porque aquel manto representaba el alivio y el consuelo de una madre, su alegría; probablemente también tuviese que ver con lo descreído que se había vuelto el mundo, tanto que no sólo había perdido la Fe sino también buena parte de los valores cristianos sobre los que se había levantado y desde luego tendría algo que ver con la propia humanidad y su ser cansado que, tras días de horas de procesión, llegaba al Domingo con los músculos dolientes y los pies rotos de modo que la alegría sólo le cabía en el alma…
Sería eso, quería creer que era eso porque la alternativa era peor: ¿y si las sociedades modernas habían decidido renunciar no sólo a su fe sino también a la alegría en su afán por destruir cuanto sus predecesores habían levantado sobre los valores cristianos? No importaba cuánta o cuán poca fe se profesara, sin los valores cristianos el abismo era infinito: un mundo sin alegría, perdón ni compasión, un vacío profundo y oscuro, triste, gris… inhumano, un Jueves y Viernes Santo eternos que no llegan nunca al Domingo de Resurrección y alegría…