De narcos, tequilas y corridos mejicanos.

Andaba Pérez-Reverte, allá por los 90, en una cantina mejicana...

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Hace apenas dos semanas me contaba mi amigo Paco que en Chihuahua (Méjico) vetaron a Los Tigres del Norte por cantarle a La Reina del Sur… ¡Vaya por Dios –pensé– cualquier día de estos censuran también la novela de Pérez-Reverte! ¡Con lo que me gustó ese libro! El libro y ella –sobre todo ella– Teresa Mendoza, La Reina. La del sur, claro.

Andaba Pérez-Reverte, allá por los 90, en una cantina mejicana echándose unos tequilitas con sus cuates fronterizos cuando escuchó en el viejo rockola –una de esas máquinas sesenteras en las que se meten pesos y salen canciones– un corrido mejicano (un narcocorrido para ser exactos) cantando la historia de Camelia La Tejana, “un hembra de corazón”, dicen Los Tigres del Norte. Y ahí quedaron en la cabeza del escritor esas historias de federales y vuelos clandestinos en avionetas Cessna, de narcos, contrabandistas y tipos con mostachos, botas picudas y una Sig Sauer fajada a la cintura, de leyendas de fronteras y llantas repletas de ‘hierba mala’, de oraciones y escapularios venerando al santo Malverde, de cocaína y ‘mariguana’, de balazos, traiciones y violencia. “El día que oí el corrido de Camelia la Tejana sentí la necesidad de escribir yo mismo la letra de una de aquellas canciones”, dijo Pérez-Reverte. Y la escribió. Escribió la letra de una vida ¿ficticia?, de muchas vidas reales que se suceden allí donde “el dinero sucio quita el hambre lo mismo que el limpio”.

Si suena el teléfono, corre. “Cuanto puedas, prietita. Corre y no pares, porque ya no estaré allí para ayudarte”. Y eso hizo Teresita tras descolgar el celular,“quebraron al güero, Teresa”. Corrió. Corrió como loca para sobrevivir en un mundo masculino duro y terrible en el que también las mujeres pueden o, tal vez, no les quede otro remedio. Corrió porque le iba la vida en ello, de Culiacán a Gibraltar –al sur, porque en Galicia “llueve de cojones”–, de narco  a narco y tiro porque me toca. Corrió dejando atrás a una jovencísima Teresita, la chava del Güero Dávila, para convertirse en Teresa Mendoza, la mejicana para policía, la Reina del Sur para el resto. Una mujer fascinante que salió de la nada, que jugó sin haberlo elegido con una reglas que tampoco eligió y jugó bien –o no tanto–, una mujer especial que supo enfrentar con arrojo la fatalidad, parar cada golpe, subir cuando todo la empujaba hacia abajo. Entre cigarrillos, tequilas y narcocorridos, la reina nos narra con ese lenguaje suave y ese acento dulce de las tierras mejicanas la historia de su vida, de los doce años de huida durante los que fueron creciendo sus negocios y su fama mientras planeaba cómo arreglar viejas cuentas.

¡Como me gusto ese libro! Y ella, sobre todo ella. Bien lo sabe mi amigo Paco, que vino corriendo a contarme.

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