Un par de fogones.
Con Alberto Chicote como ‘kaiser’ de los hornos, la chaquetilla de cocinero parece recuperar la que fue su principal función: evitar manchas.
Es un hecho: hay ocasiones en las que salir de la rutina y ampliar miras es cuestión de fijarte en lo que te rodea. Tienes un día horrible, llegas tarde a casa, te quejas del momento tupperware eterno que parece no querer colaborar en tu intento de reconciliación con la comida ‘rica’ y las ansias por querer formar parte de la tribu que disfruta comiendo y, en un segundo, llega la persona justa en el momento justo que te da la idea por la que llevas todo el día luchando internamente. Y es así como algo que te resulta indiferente, como la cocina en mi caso, se convierte, de repente, en tu mejor aliado: un par de fogones.
Sí, porque la cocina también forma parte de todo este conglomerado de narices tiesas, telas de lujo y tendencias extravagantes, sino que se lo pregunten a los franceses, que comparten su rica fama sobre la moda con una de las mejores cuisines del mundo. Técnicas, formas, diseños, y… uniformes, uno de los ‘ingredientes’ básicos del sector que en los últimos tiempos parece haber ‘salido’ de las cocinas para convertir al chef en un maniquí de alta costura. El blanco inmaculado ha pasado de moda junto con su percepción de la pureza para dar paso a unas propuestas mucho más arriesgadas y divertidas.
Con Alberto Chicote como el correspondiente ‘kaiser’ de los hornos, la chaquetilla de cocinero parece recuperar lo que en su día fue su principal función: evitar manchas. Con el paso del tiempo la alta cocina se identificó con un color neutral, negro o blanco, que aportase a los platos y al creador en particular una imagen mucho más selecta y lujosa. Ahora estas cualidades pasan a tener importancia en los materiales con los que se hacen, los patrones elegidos para permitir una máxima movilidad y, por supuesto, en la comodidad y la seguridad que la prenda trasmita a quien la lleva puesta.
El color y los estampados invaden una prenda que en siglo XVI cobró su color original, el gris, cuando los monjes decidieron diferenciar la profesión dentro de los monasterios y que, 3 siglos después, el chef Marie-Antoine Carême modificó para representar a los maestros del arte culinario, los mismos que hoy día ven modificada esta filosofía con el propósito de dotar a la chaquetilla de personalidad.
Lo que sí que está claro es que, evolucione a la velocidad que evolucione, la tendencia de flores, cuadros, amarillos y rojos forman parte de un chef con dos buenos fogones.