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cerrarLos restos de París.
Que a día de hoy se dedique el mismo espacio e importancia a la previa del desfile y a la colección en sí es algo que me molesta.
Este fin de semana estuve en París y observé que aún quedaba algún coletazo de la semana de la moda que había tenido lugar hacía apenas un par de días. Lo de ‘poca fortuna’ no es algo personal, que conste, y ahora explico el por qué.
Me considero una persona purista, incluso algo clasista, a la que le gusta llamar a las cosas por su nombre y colocarlas en su debido lugar; aquel al que pertenecen porque, simplemente, se hicieron para estar ahí. Aplicar esto en el mundo de la moda no es muy sencillo pero una también evoluciona con los tiempos: acepto la idea de que las colecciones abandonen los salones de la maison para ser mostradas a su reducido y selecto grupo de clientas para desfilar en grandes espacios donde una no sabe si mirar a la modelo, a los famosos ubicados a pie de pasarela, a los 3.500 invitados restantes o a la bola terráquea que, como surgida de la nada, se ha plantado en medio del Grand Palais, como hizo Lagerfeld en el último desfile de Chanel.
También puedo aceptar que el streetstyle se consagre como un punto clave en la moda y que se haya convertido en una de las principales inspiraciones para los modistos… Al fin y al cabo Balenciaga lo hacía con Felipe II y Velázquez. El problema aparece cuando en vez de artistas nos encontramos con polizones que parecen confundir originalidad y clase con bufonerías y egocentrismo que pasean de un lado a otro en las calles durante las semanas de la moda y en los días posteriores.
Que a día de hoy se dedique el mismo espacio e importancia a la previa del desfile y a la colección en sí es algo que me molesta. Y mucho. Pero lo que me molesta aún más es que los propios diseñadores y casas de moda se encarguen de patrocinar a esas personas que se entierran en flashes antes de los desfiles y que terminan por crear a personajes que, con el único objetivo de ganar en popularidad, abandonan por completo los valores y la tradición de las firmas y pasean su excentricidad, generando al paso comentarios como los escuchados este fin de semana por París.
Porque la moda es arte y contra el arte hay poco límite que valga pero la cosa cambia cuando la falta de gusto aparece representada a través de tacones de aguja en plena nevada, vestidos infinitamente cortos que no tienen cabida a -3 grados o tocados/faldas que superan la capacidad de volumen/color/movimiento que la realidad puede aguantar.
Auténticos monstruitos generados por la industria que lo único que hacen es, una vez más, convertir el arte en un auténtico circo de payasos subidos a unos Louboutin.