Érase una vez…

La ciudad de París se colmó durante unos días de todo el espíritu de la Alta Costura.

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Una ciudad que todos los años acogía en dos ocasiones, una en primavera y otra en otoño, a los reinos más importantes del mundo de la Couture. Los señores de los diversos imperios acudían encantados y orgullosos a presentar ante su Alteza Real sus últimas creaciones, fruto de la capacidad creativa que las diferentes comarcas albergaban en sus palacios y, de paso, para hacer saber al resto de participantes cuán dichosas podían ser sus riquezas.

Como suele pasar en todas las situaciones, en esta ocasión las visitas a la capital contaban con algunos reinos protagonistas y que resaltaban sobre los demás, bien por su antigüedad, por sus señores o, simplemente, por los escándalos o aciertos que lo envolvían durante el resto del año. Así, entre todas las riquezas materiales existían unas seis que no solamente contaban con la simpatía de su Alteza, sino del propio consejo de París.

La región de Valentino se encontraba dirigida desde el 2008 por un dúo muy querido por el pueblo, en parte gracias a que a través del silencio y la elegancia se habían ganado el orgullo de la ciudad. La hermosura correspondía a todos sus trabajos y el empeño por combinar la artesanía con la precisión les convirtió en invitados gratos a todos los acontecimientos que transcurrían en los alrededores durante la temporada.

A las afueras, entre escombros y derrumbes, el káiser levantaba celosamente el centro de operaciones, donde sus sirvientes ofrecían una visión apocalíptica de lo que sucedería en los próximos días pero sin perder el romanticismo y el saber hacer que identifica a sus costumbres. Aunque si de sentimientos hablamos no podemos olvidarnos del príncipe de los sueños: Saab llegaba en su carruaje con todo un séquito cubierto de cofres de seda y pedrería con los que tejer las emociones de los asistentes al evento, los mismos que podrían llegar a ser seducidos por la picardía y la presentación de las ideas clara de alguno de los novatos.

Por supuesto, como en todo cuento, no podíamos olvidarnos del personaje que anda algo perdido, intentado reconstruir su fortaleza tras una devastadora guerra, intimidando y alejando por completo el sufrimiento o la rabia que los pueblerinos pudiesen tener acumulada tras el gran desastre. Esta es la postura de Gaultier, que llega desafiante y desenfrenado, con tal desubicación que, por un momento, parece olvidar por completo lo ‘bonito’ y ‘magestuoso’ de la ocasión para demostrarnos que él aún residen guerreros.

Así, entre idas y venidas, la ciudad de París se colmó durante unos días de todo el espíritu, a veces bueno y otras no tanto, de lo que se cuece el resto del año en sus territorios ‘vecinos’, con príncipes y princesas acechando en todo momento para hacerse con los suspiros de la corte con sus nuevas adquisiciones mientras que los comerciantes regresan diligentes a sus hogares para continuar con las próximas creaciones. ¿El resultado? Habrá que esperar.

Y colorín colorado, esta temporada ya ha acabado…

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