Cosas de chiringuito.
Cómo cambian los tiempos y las modas, con esa capacidad innata de reinventarse, incluidas las playas.
Llevo un tiempo melancólica. Yo soy muy de la familia, como he podido demostrar en anteriores ocasiones. Me gustan las historias con tradición, en las que las cosas cobran un sentido más allá de su propia denominación de origen… Cosas con cajón, como las llamo yo. Pues precisamente el otro día escribiendo un review me vino a la cabeza un asunto que roza casi el grado de ‘mandamiento’ entre las tareas familiares a realizar durante determinadas épocas del año: el traslado a la playa.
Y digo el traslado porque, dentro de toda esta santa ceremonia que se produce cada año hacia mediados de julio o principios para los más afortunados, si hay un dato que verdaderamente cobra relevancia es el acontecimiento de la llegada. ¿Y qué sentido tiene la moda en todo esto? Pues lo tiene, lo tiene.
Empecemos por la evidencia: la indumentaria. La ropa de baño es probablemente la pieza que más ocupa en el ‘cajón’ de nuestro particular armario. Aunque comenzamos a conocerlo hacia los 50’s como la prenda que revolucionaría las playas y piscinas del mundo, el bikini debe su origen más a las bombas atómicas que a la mujer: El atolón de Bikini, perteneciente a las islas Marshall, sufrió durante 12 años los ensayos de los estadounidenses con estas armas cuyos efectos se compararon con el resultado de la figura femenina que, por entonces, vestía el ahora conocido como swimwear.
Entonces la playa pasó de convertirse de un lugar de relax donde enseñar carne a una pasarela ‘urbana’ donde las carnes a enseñar se disimulaban con los mejores estampados y colores de la temporada. Algo que por supuesto no ha cambiado con el paso del tiempo sino que ha dado lugar a otros fenómenos que acompañarán para siempre los grandes ‘mitos de chiringuito’: camisetas de naranjito, Mahou en chanclas, Coca-cola en toallas, Schweppes en sombrillas y, para los afortunados, los senadores de San Miguel.
Poco queda ya de ese encanto que solamente se podía saborear con 40 grados a la sombra y con una nevera roja que contenía las mejores delicatessen de la época. Ahora son los pareos-toalla y los bolsos a juego los complementos indispensables para acompañar un outfit que requiere algo más que un bañador bonito: telas ligeras, diseños amplios, pedrería a ser posible y, principalmente, una prenda que sirva para absolutamente todo. ¿Quién se une a esta fiesta? Las chanclas, por supuesto, que ya no solo se pasean de la arena a la orilla sino que ahora se lucen en fiestas, cenas y reuniones informales. También las bicis vuelven a estar de moda después de pasar un periodo de deserción tras el auge sufrido por Verano Azul. Mientras más antiguas, mejor.
Cómo cambian los tiempos y las modas, con esa capacidad innata de reinventarse, incluidas las playas, cuando lo nuevo pierde chispa o, directamente, deja de lado el significado que tanta fama le dio en su momento.
Yo lo tengo claro: este verano enterramos la sandía en la orilla pero con glamour. Muchísimo glamour.