Alpargatas de moda, pero alpargatas.
Cuestión de magia, sin duda alguna.
Se encuentra entre los must del verano y toda buena persona que se identifique con el género ‘it’ tiene un par, o dos o tres, en su armario: con tachuelas, bicolores, de piel… mil variedades acogidas por el nuevo calzado de moda que, hasta no hace mucho, era el uniforme del campo. Qué le vamos a hacer, así de caprichosos son los de la moda.
Yo me considero de aquellos que prefieren enseñar los dedos durante los únicos meses del año que se puede pero he de reconocer que las alpargatas, desde hace años presentes en la vestimenta de los conocidos ‘pijos’ durante los meses de verano para ir a la piscina, playa o estar por casa, han conseguido hacerse un hueco, y bien merecido, en la industria. Se habla de que la idea constante es la crear pero cuando lo único que queda es la ‘nada’ la reinvención se hace con el poder. Y en esto Chanel lleva ventaja.
La firma francesa nos hizo saber a principios de año que eran los dueños de un nuevo objeto de deseo, decidiendo transformar en un lujo casi intocable al calzado tradicional de las américas, donde los uruguayos y argentinos rurales empleaban las alpargatas para soportar medianamente las jornadas estivales lluviosas. Y, de repente, como por arte de magia, la artesanía que tanta importancia cobró a través de la Fábrica Argentina de Alpargatas en la primera mitad del siglo XX, se convirtió en producto para los pies más poderosos del mundo.
Tras Chanel llegaron otras firmas con sus pantuflas, todas ellas listas para pisar el asfalto de las ciudades y los puertos más chic del mundo, alejando al calzado de los momentos más informales y cargándolo de dosis extra de glamour y sofisticación. Por supuesto el señor Amancio facilitó la vida al resto de la humanidad con sus versiones low-cost: tie-dye para los más atrevidos y print animal, geometrías o piel de potro para las que son más de ‘woman’.
Otro ejemplo más de que probablemente la moda tenga la fama de frívola que se merece pero que, al fin y al cabo, no es más ni menos que otra herramienta de poder con antojos y manías, capaz de enfundar nuestros pies en lona y nylon y, al mismo tiempo, hacernos sentir únicos y exclusivos… Cuestión de magia, sin duda alguna.