Bienvenidos al show.

Quién le iba a decir a Mr. Charles Frederick Worth que lo francés y lo inglés quedarían sellados bajo su letra…

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No me hacía falta darle muchas vueltas al asunto para llegar a la conclusión, pero el hecho de ponerme en marcha con la búsqueda de algo que contar no ha hecho nada más que corroborar lo que yo ya pensaba: el ser humano sabe poco y conoce menos.

Cuando uno tiene claro a lo que quiere dedicarse, el cuándo y el cómo llegar dependen única y exclusivamente del aprendizaje. Así que siendo totalmente egoísta, me temo que esta columna tendrá como primer objetivo educarme a mí y en segundo lugar informarte a ti. Un placer, por cierto, marcar los siguientes párrafos con algo que supuso los cimientos de lo que hoy día es, además de una de las principales industrias del mundo, todo un arte para aquellos que lo amamos y osamos a reconocerla como tal: la moda. Porque entre estampados, vuelos y tejidos destacó una primera firma que, con mucho morro y autoestima, supuso el inicio de toda una revolución. Quién le iba a decir a Mr. Charles Frederick Worth que lo francés y lo inglés quedarían sellados bajo su letra…

Que sí, que en pleno siglo XXI seguir defendiendo la idea de que la moda es algo que se aleja por completo de la definición de frivolidad es necesitar una buena dosis de pasarelas y, peor aún, de celebridades. Porque Charles lo tenía claro cuando confeccionaba nuevas colecciones cada año, con el único objetivo de ampliar ventas y beneficios, creando para sí mismo la figura del couturier. Los diseñadores actuales defienden esta tradición y, por lo que parece ser, la única.

Porque en 1911 se quedó la esencia de la moda y la alta costura, con la importancia de la Chambre Syndicale y su reglamento sobre la auténtica couture parisienne, con la realeza como clientela y con telas cortadas a medida sobre una silueta, escapándose de los trazos sobre el papel.

Algo que con el paso del tiempo ha ido cediendo su esplendor a ‘algo’ que dice llamarse high couture y que en la mayoría de los casos no pasa de un simple recuerdo a princesas y sapos, con autores que pasan a la historia por sus hazañas más que por sus creaciones. Porque el conocimiento ha dado paso a un vago saber que nos recuerda constantemente que la moda está ahí, en el lado frío de las cosas, sin darle mucha importancia, porque nunca se irá; porque existen garabatos que la establecen como propiedad de los que dicen inventarla. Pero bien lejos queda aquella visión de una moda que investía a la sociedad con una fuerte dosis de creatividad y realismo, aquella que era capaz de revolucionar a todo un país y crear una nueva generación, que no entendía de crisis.

Porque hoy vivimos un panorama que los veteranos intentan levantar con dignidad y que los recién llegados pretenden reinventar con dinamismo, inspiración y, lo más importante, aprendizaje. Y es que si Worth levantase la cabeza, se encontraría con una gran pancarta que dijese ‘welcome to the show’.

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