El hombre del tiempo.

¿Estaba el mundo tan loco, tan diluido, tan echado a dormir o a perder que la realidad dependía más de cómo se contase que de lo que tenía de cierta?

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¡Hace un frío de mil demonios!– clamaba Amelia al tiempo que cerraba la puerta rápidamente para evitar que el frío se colara en casa tras ella –no– le respondió su madre, que se había olvidado ya del día que celebrara las 80 primaveras pero conservaba su finísimo oído –el frío entra el lunes-. Amelia cerró los ojos y respiró hondo, caminó despacio hacia el salón y repitió con voz suave pero muy convincente –vengo de la calle, mamá, y hace un frío que pela– Su madre levantó la vista de la labor, dejó caer las gafas a la punta de la nariz e insistió –han dicho que el frío entra el lunes-.

¿Quién era ella para desdecir al hombre del tiempo, eh!? ¿Acaso el hecho de haber salido a la calle y haber sentido la ola de frío polar en toda la cara le permitía contradecir a todo un señor meteorólogo con puesto en la televisión pública? No llegó a compartir sus pensamientos con su madre, se adelantó ella explicándole que el problema era que no se había comido la sopa… Jamás en su vida se había comido la maldita sopa de verduras, de niña se había quedado sin comer, sin merendar y hasta sin cenar por no comerse aquella sopa asquerosa como para que fuera cosa de aquel caldo infame que hubiese -2 grados en la calle.

¿Para qué discutes?– Le reprochó su padre, que sabía muy bien que para su señora esposa lo que decía la televisión era como lo que oía en misa, palabra de Dios. Amelia sabía que era cierto y sabía también que había algo (o mucho) de blasfemo en la metáfora de su padre (poner a Dios a la altura de quienes hablaban por televisión…) pero si había algo en lo que su padre era un 10 era en el arte de calmar las aguas bravas cuando su madre se encendía como un farolillo así que no iba a discutir con él.

Aquella noche, ya en su casa, mientras cenaba con el run run de las noticias de fondo y oyó al hombre del tiempo insistir en que el frío llegaba el lunes, se imaginó a su madre moviendo la cabeza sobre su plato de sopa… Se preguntó entonces qué sería lo que sintió ella aquella mañana de domingo al ir a ver a sus padres si no era frío ¿era desgana, desilusión, aburrimiento? ¡Qué carajo! ¡Si temblaba como una hoja al llegar a casa y tenía la piel de la cara tan roja que parecía que la hubieran abofeteado?te falta un plato de sopa– habría insistido su madre… Suspiró sonriendo a medias y miró hacia la televisión, allí estaba el hombre del tiempo, alto, guapo y bien plantado, además vestido con traje y corbata, tal vez por eso resultaba tan convincente a ojos de su madre, por eso y porque parecía entender aquellos bonitos mapas del satélite…

Pasó una semana entera y llegó un nuevo domingo; se acercó de nuevo a casa de su padres, a pasar revista como solía bromear su padre; aquel día no llovía… jarreaba como si no hubiera un mañana; entró en casa, soltó el paraguas y se quitó el chubasquero –ponte junto al radiador para quitarte el frío– le dijo su madre –no creas, no hace tanto frío, si acaso para secarme porque llover sí que llueve a mares– Su madre dejó caer las gafas a la punta de la nariz en un gesto que dominaba como pocos –no digas tonterías, han dicho que hoy es el domingo más frío del año-.

Más allá de la sensación del día de la marmota que sentía siempre que visitaba, o pasaba revista, a su padres, aquella manera tan suya de mirar la predicción del tiempo en la televisión para saber qué tal día hacía en lugar de asomarse a la ventana empezaba a inquietarla; una cosa era confiar en lo que predice un meteorólogo y otra bien distinta aceptar lo que dice aunque lo que ven tus ojos y siente tu piel sea otra cosa…

Aquel día caminó despacio de regreso a su casa deseando sentir un frío negro acariciarle la cara, hubiera querido que su madre y su meteorólogo televisivo de cabecera estuvieran en lo cierto porque así hubiera espantado a sus fantasmas. Pero no hacía frío, solo llovía -si dejamos pasar el momento nos van a ganar el relato– aquella frase le taladraba la cabeza desde hacía días…

¿Se refería a eso aquel fiscal? ¿Estaba el mundo tan loco, tan diluido, tan echado a dormir o a perder que la realidad dependía más de cómo se contase que de lo que tenía de cierta? ¿Era posible, desde una pantalla, convencer a miles o millones de personas que lo cierto es lo que allí se dice y no lo que ven sus ojos? Recordó de nuevo a su madre negándole el frío o echándoselo encima según lo que hubiera dicho el hombre del tiempo y sin prestar la más mínima atención a su nariz roja o a su tiritona… Y recordó a Orwell y su 1984…

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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