Uniforme.
¿Quién dijo que la vuelta al cole fuera fácil?
Calcetines y zapatos ¡qué opresión tras meses de chanclas y dedillos al aire!, el cuello del polo, que pica a demás de incomodar después de tanto tiempo en camiseta de algodón, no digamos ya la chaqueta de buena mañana ¡rasca! y el pantalón corto con su raya al medio, sus pinzas y su cinturón… ¡qué infierno el uniforme! Y la manía de la madre de repeinarle la raya al lado con la sana intención de poner algo de orden en lío de mechones foscos que llevaba en la cabeza. Sabía desde hacía días que llegaba el momento de volver al cole pero había olvidado que el primer jarro de agua fría se lo llevaría en casa, al estrenar uniforme.
Y así, debida y tristemente vestido, agarró la mochila de ruedas, que rodaba mal, colocó en el bolsillo lateral la botella de agua y en el frontal la merienda, y salió de casa arrastrando un pie tras otro camino de la parada del autobús escolar… ¿¡pero no vas a desayunar?! Gritó su madre desde la cocina.
¿Quién podía pensar en comer con aquel cuello picón y aquellos zapatos que le estrujaban los pies como si estuviesen hechos de piedra? Pero aun así se sentó con desgana a ahogar un par de magdalenas en un Cola-Cao a ver si así le ponía un poco de buen sabor al día… pero la leche estaba demasiado caliente, se quemó la lengua y lo mismo le hubiera dado haberse comido después una magdalena que un tomate en rama, sus papilas gustativas habían dejado de funcionar.
¡Pasa buen día! Le dijo su madre ya en la calle, cuando el muchacho se disponía a subir al autobús, ya solo faltaba que encima de diera un beso… cosa que hizo.
Una vez en su asiento se puso el cinturón, como mandaba el profesor por la megafonía del autobús, se revolvió el pelo borrando del mapa aquella maldita raya al lado, se desabrochó la chaqueta y también otro botón del polo. Se sintió mejor, un poco más rebelde y revolucionado.
Ya en el colegio las no fueron mucho mejor: primero en las pistas ¡aquí los míos! decía un profesor a viva voz ¿y quiénes son los suyos? se preguntaba la desconcertada marabunta de niños de Primaria mientras los de Secundaria iban entrando al edificio con más decisión y aplomo; ¡ay! se lamentaba el profesor que buscaba a los suyos al tiempo que levantaba el cartel de 3ºA; el muchacho se rascó la cabeza revolviéndose todavía más el pelo, su madre le había dicho que los suyos eran los de 3ºB…
¡3ºB por aquí! oyó entonces y echó a correr hacia la voz en cuestión pero a medio camino se dio cuenta de que se había dejado la mochila en medio del patio, volvió atrás, volvió adelante, llegó el último, sin resuello… y acabó sentado en primera fila, con sus amigos ¡al fin los había encontrado! en medio de la clase mirándolo entre la risa y la pena.
Los profesores entraban y salían del aula, los niños se distraían, sin libros, sin horarios, sin ganas… Llegaron los no por menos esperados mejor recibidos ¿qué tal el verano? ¿qué habéis hecho? ¿y qué esperáis de este curso? Preguntó un incauto profesor primerizo ¡qué termine pronto! respondió el más avispado de la clase…
Un rato de patio, otro de comedor, la extra-escolar de inglés con el nativo al que solo entendieron el hello del principio y el good bye del final, la hora de lectura ¡lectura! ¡pero si ya sabemos leer!se lamentaban viendo que esa hora tendría cabida también en su horario semanal…
¿Qué tal tu día? Fue la pregunta con la que lo recibió la madre mientras hacía como que no se daba cuenta de los pelos enredados, los manchurrones del polo, la rodilla ensangrentada, los zapatos recién estrenados y con las puntas ya rascadas… Bien, masculló el muchacho; ¿qué tal los amigos? ¿seguís todos en la misma clase? Respondió con un mero gesto afirmativo con la cabeza… ¿y qué has aprendido hoy? Imagino que no mucho, siendo el primer día, ¿no?. El muchacho se plantó en mitad de la acera, soltó la mochila y miró a su madre con gran decisión: poco sí, pero he aprendido una cosa muy importante: no me gusta el cole.
Es solo el primer día, se decía la pobre madre arrastrando la mochila que su hijo acababa de abandonar en plena calle y siguiendo sus pasos para asegurarse de que no cruzaba la calle indebidamente…
¿Quién dijo que la Vuelta al Cole fuera fácil?.