2022.
Érase una vez un año que, como tantos otros antes, empezaba como había terminado el anterior. 2022.
No había deseado 2022 a nadie. Y ya pasaban 10 minutos de las 12. Se había callado el deseo aun sabiendo que al hacerlo pasaba, como poco, por maleducada pero cada uno tenía sus cosas y a ella la magia siempre le había parecido un engaño; de niña miraba a los magos con gran desconfianza porque sabía que era imposible que hicieran nada de lo que parecían hacer, todo era un truco, un truco que a veces descubría y entonces el mago se convertía en un mero engañabobos y a veces no y entonces era un tipo del que desconfiar por siempre jamás… !Y qué tendrán que ver los magos con desear Feliz Año Nuevo a la gente por amor de Dios! Protestaba su madre conocedora de las peculiaridades de los hijos pero demasiado cansada ya de sus rarezas como para callar ante ellas.
Fue su hermano el que la salvó justo antes de que su hermana hiciera frente común con su madre: Se levantó del sofá, cogió la pinza de la cubitera y mientras la meneaba en el aire como si fuera una varita mágica declamaba ¡Feliz Año Nuevo por aquí! ¡Feliz Año Nuevo por allá y…!
Todos lo miraban esperando que terminara la frase pero dejó que fuera ella quien hiciera el resumen… y te cae una pandemia, y te confinan, y te ponen el bozal, y sube la incidencia y la luz y la gasolina y tus ganas de convertirte en Fernán Gómez y gritar ¡a la mier…!
El frente popular del feliz año nuevo que representaban su madre y su hermana levantó sus copas y gritó un ¡Feliz Año Nuevo! que acalló la malsonante frase que ella, en representación del frente popular de la resistencia, exclamaba.
Y digo yo una cosa, dijo (o trató de decir) su sobrino mayor con medio polvorón en la boca los que quieran que digan Feliz Año Nuevo y los que no quieran que no lo digan y ya está ¿qué más da? Entonces fue ella quien echó mano de su copa de champán, también su hermano al tiempo que dejaba sonar una sonora carcajada, conocían lo suficiente a su familia para saber que el pequeño adolescente acababa de abrir la caja de los truenos…
¡Cómo que qué más da! ¡No da igual! ¡Es lo educado y lo correcto! ¡no hagas ni caso a tu tía que siempre ha sido, ha sido, ha sido… tardó en terminar la frase y cuando hizo, aunque lo que se oyó fue un sencillo ‘a su aire’ lo que sonaba en la cabeza de su madre y de sus hermanos era ‘un dolor de cabeza o, a lo peor, una tocapelotas’.
Buáh!, el pequeño adolescente no iba a rendirse tan fácilmente ¡lo correcto, lo correcto! siempre con la cantinela esa ¿y quién dice qué es lo correcto y qué no? Ya te digo que a mi tanto feliz navidad, feliz navidad también me aburre ya eh! A ver si lo correcto va a ser aburrir a las ovejas…
Has salido a tu tía, le dijo su madre a modo de terrible recriminación, no había nada peor que parecerse a la díscola de su hija; mi tía mola, respondió él muy dispuesto; ¡claro que mola! exclamó su madre ante la mirada de regocijo de la tía molona pero a que también mola que los Reyes Magos dejen el pie de ese Árbol de Navidad bien repleto de paquetes y algún que otro sobre colgado de sus ramas?
¡Feliz Año Nuevo! exclamó el adolescente dando un brinco y soportando con fingida dignidad la lluvia de reproches que le caían desde el bando del frente popular de la resistencia y las miradas de triunfo del frente popular del feliz año nuevo…
En realidad, pensaba ella mientras se servía otra copa de champán, la Navidad era aquello: aquellas risas, aquellos berrinches, aquella mesa grande…