Palabras huecas.
Érase una vez la historia de una tarde de domingo de palabras huecas, chupitos de tequila, sal y limón. Orwell estaba invitado.
Pasaban de las 7 de la tarde y ya refrescaba, el otoño comenzaba a imponer su ley pero, mientras el invierno no diese un golpe en la mesa que los dejara helados, seguirían terraceando a placer aunque fuese con el abrigo puesto y hasta con gorro de lana llegado el caso; habían desarrollado cierta fobia al espacio encerrado entre cuatro paredes por muchas ventanas que le pusieran, eran callejeros, en realidad siempre lo habían sido sólo que ahora, además, sabían que nunca dejarían de serlo.
Cuando el camarero plantó la botella de tequila en el centro de la mesa supo que estaba perdida, no porque fuese muy fan de aquel destilado mexicano sino porque siempre que acababan la tarde de domingo a golpe de chupito de tequila, sal y limón era porque iban a jugar…
¡Palabras huecas! ¿Palabras huecas? Eso era. Ese era el juego. Decías una palabra que un día había tenido sentido y que de tanto usarla, manosearla, estirarla y retorcerla se había convertido en una palabra hueca, un comodín de los que suenan bien pero que no dice en realidad nada, una palabra que todo el mundo entiende porque, al ser una palabra hueca, cada cual mete en ella lo que se le antoja.
El juego era sencillo, decías la palabra y si era aceptada por la mayoría de los jugadores el chupito se lo tomaba quien se sentaba a tu derecha pero si por el contrario tu palabra no era aceptada como palabra hueca por la mayor parte de los jugadores, eras tú quien acababa viéndoselas con la botella de tequila, la sal y el limón.
Sostenibilidad. Aceptada. Resiliencia. Aceptada. Diálogo. Aceptada. Nueva normalidad. ¡No! son dos palabras, no una, chupito al canto, seguimos. Solidaridad. Aceptaca. Concordia. Aceptada. Democracia. Tristemente aceptada. Libertad. Todavía más tristemente aceptada. Eco. ¡No! es un prefijo, hueco indudablemente, pero prefijo… de vuelta a la clase de lengua pero antes, chupito…
Así estuvieron un rato entre risas, palabreando entre risas, tequila, sal y limón hasta que a la botella no le quedó una gota del espirituoso mexicano; fue entonces cuando una mujer que por su forma de vestir parecía joven, por la serenidad de su mirada de mediana edad y por las arrugas que rodeaban sus ojos mayor de lo que cabía imaginar, se acercó a preguntarles por qué les gustaban las palabras huecas… La miró a ella, tal vez porque se había dado cuenta de que era quien menos chupitos había tenido que llevarse al gaznate pero su compañero de mesa se le adelantó en la respuesta…
‘La relación entre los hábitos del pensamiento totalitario y la corrupción de la lengua constituye una cuestión de importancia que no ha sido suficientemente estudiada‘*
No es que este juego absurdo sea un estudio, claro… pero al menos nos despierta y nos recuerda que la manipulación del lenguaje no es un asunto menor sino que persigue un fin mayor… y terrible.
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*Frase de George Orwell, el autor de Rebelión en la Granja y 1984.