Sobre la libertad.
Érase una vez la historia de una maestra de secundaria que quiso trabajar con sus alumnos, a distancia y confinados, sus ideas sobre la libertad.
Se preparó un café de tarde de domingo, dudó un segundo y apunto estuvo de convertirlo en carajillo como los que había disfrutado tantas tardes en la Universal… pero prefirió mantener la lucidez y la mente despejada para asimilar la lectura que acababa de terminar y tratar de poner en orden las ideas que revoloteaban desordenadas en su cabeza.
Pocos días después de decretarse el confinamiento por la grave incidencia del Covid-19 habían comenzado a organizar las clases on line; reconocía que había algo de locura en aquel cambio de método tan radical pero también sabía que si bien en los cursos bajos sería complicado conseguir nada sin la participación activa de los padres, en los cursos superiores, y ella era profesora de secundaria, el éxito o fracaso dependería en gran medida de los profesores.
Entre todas las ideas que había manejado para continuar avanzando en contenidos, las que antes habían resuelto sus dudas habían sido, sin duda, las referentes a su clase de valores; pidió a sus alumnos una redacción para la que sólo les había dado un título: Sobre la Libertad. Y tenían precisamente eso, libertad para plantear su redacción como quisieran, documentándose poco o mucho, hablando poco o mucho de su experiencia personal, hablándolo con sus padres… como ellos quisieran, lo único que les había pedido era una redacción sobre la libertad.
Era Domingo de Ramos y ha había recibido y leído todas las redacciones, como sucedía siempre que pedía algún trabajo de contenido tan abierto había filtrado primero a los que se habían metido en la wikipedia y el rincón del vago y habían montado una redacción-plagio y también a quienes se habían limitado a usar su capacidad de expresión para hilar tres ideas apenas pensadas y sacarse la tarea de delente en solo un rato. Y decidió leer de nuevo las redacciones que se habían librado de aquella criba.
Abrió su ordenador y comenzó redactar el guión de su próxima clase de valores, le hubiera encantado que fuese presencial pero, como se le antojaba imposible, decidió que organizaría una videollamada con su clase, tenía toda la Semana Santa para prepararla y lo haría porque era importante, muy importante … ¿por qué tanto? al fin y al cabo si algo sabían sus alumnos es qué era la libertad, habían nacido y crecido en ella, no conocían otra forma de vida … pero lo cierto es que ni uno solo de sus alumnos ¡ni uno! había acertado a definir la libertad como la posibilidad de hacer todo aquello que no causara perjuicio a los demás... Jonh Stuart Mill no era nadie para ellos.
Sus alumnos no reconocían más límete a sus libertades que sus propios padres, y no porque reconocieran autoridad alguna en sus padres, sino por la dependencia económica que tenían de ellos; algunos se imaginaban libres del todo a los 18 años gracias a alguna beca de estudios y otros asumían que serían libres cuando empezaran a trabajar y a ocuparse personalmente de sus gastos… no atisbaba en sus redacciones la más mínima referencia a la libertad de los demás ni mucho menos a la necesidad de que esa libertad fuese también respetada.
Era curioso porque, a pesar de aquella visión tan personal e individualista de la libertad, todos escribían entendiéndose como parte de un colectivo, ‘estudiantes’, y definían para todos ellos la libertad en esos términos, pero a ninguno se le ocurría que podía suceder que el ejercicio de libertad por parte de unos fuese incompatible con ese mismo ejercicio por parte de otros y es que se sentían parte de ese colectivo ‘estudiantes’ que, según todos y cada uno de ellos, tenían los mismos deseos e ideas…
Leer aquellas redacciones le sirvió para darse cuenta del poco valor que se daba a la libertad, para ellos era como el aire que respiraban, pensar en perderlo era un absurdo e incluso cuando, viviendo confinados, podían haber fantaseado con esa idea ni uno sólo de sus alumnos lo había hecho porque la libertad era para ellos como el aire, era más que un derecho, era parte de sí mismos… tan parte de sí mismos que no se daban cuenta de cuán fácil podía ser, llegado el caso, que les amputaran la libertad sin que se diesen apenas cuenta.
¿Cómo hacerles pensar en el valor de la libertad y en la facilicidad con la que ellos mismos podían convertirse en la herramienta que la cercena? la respuesta era John Stuart Mill, lo sabía ya antes de pedir aquella redacción a sus alumnos y por eso el título que les había dado era el del mítico ensayo del escritor inglés y por eso el documento que estaba preparando para su clase comenzaría con una cita de Mill:
La única libertad que merece ese nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo.