No me mientas que te creo.
Érase una vez un vez la historia de un incauto que pensaba que no sólo una mentira podía convertirse en verdad a base de repetirla sino también durar eternamente.
¡Ah de la verdad! ¿nadie responde? silencio… y luego el soniquete aprendido de niño, el que le habían repetido sus padres y sus profesores, el que había copiado más de 100 veces en la pizarra y también en el cuaderno: no mientas, no mientas, no mientas… Pero la mentira lo es menos si uno empieza por mentirse a uno mismo, es más, si uno logra engañarse a uno mismo ya no miente, sólo se equivoca.
Y tras el engaño propio y el desarrollo de la mentira llegan los crédulos que dicen aquello de ‘no me mientas, que te creo‘ y se disponen a digerir el plato del día creyendo y aunque las notas sápidas de la receta amarguen creerán que es un rico Roscón de Reyes, lo creerán porque quieren creerlo, porque tienen fe.
Cuando llegó a ese punto de su columna, tras dos párrafos alegóricos en los que sabía lo que quería decir pero no tenía muy claro como hilarlo y rematar el relato, lo vio claro y dejó a sus manos volar sobre el teclado hilando ideas antes de que éstas se dispersan en su imaginación
He ahí la clave del asunto, en la fe; hay incautos que piensan que la fe es cosa de dios o de dioses pero no es así, la fe es cosa de creencias por tanto no es sólo cuestión de religión sino que lo es también de ideología cuando uno se abraza a una idea en un acto de fe, diciendo aquello de no me mientas que te creo y creyendo aunque le mientan.
La fe mueve montañas y, si es así ¿cómo no va a mover creaciones más humanas y de-construibles que una imponente montaña? claro que la fe no es eterna, o lo es sólo para unos pocos, si algo sabemos en el S.XXI es que la fe se pierde, se comienza por una crisis de fe y se acaba descreyendo de todo lo creído, desengañado y triste al principio, sí, pero finalmente libre y cabe incluso que feliz.
La razón, la humana razón era la clave, eso y el irreprimible ansia de libertad del hombre; la historia lo contaba, sociedades enteras habían sucumbido a dulces mentiras, las habían creído como dogmas de fe pero al cabo del tiempo y el dolor la fuerza de la razón y el ansia viva de libertad habían roto las costuras de la mentira desnudando la realidad de modo descarnado.
Mientras el hombre fuera hombre, y más allá de sus defectos, habría esperanza porque, mientras el hombre fuera hombre, la razón persistiría y antes o después iluminaría la verdad incluso en el corazón de quienes abrazaban la mentira con fe e ideología.
Así que esa sería su única petición a los Reyes Magos de Oriente, que el hombre fuera hombre, a pesar de todo y que la razón lo iluminase más que la fe.