Capirote.

Érase una vez la historia de un profesor bajo un capirote en plena Semana Santa y de como el anonimato del capirote protege tanto como un apodo en redes sociales.

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No sabía bien porqué seguía escondiéndose cada Semana Santa bajo su capirote, algo había de tradición y mucho de la fuerza de la costumbre, de ese hábito que no hace al monje pero que ayuda más de lo que cabe imaginar; el caso es que cuando llegaba la Semana Santa recogía su atuendo en la Cofradía y se preparaba para procesionar si el cielo así lo permitía, había pasado años sin llegar a ponerse su capirote y otros en los que había pasado más calor bajo él que en pleno mes de agosto ¡la primavera! siempre inquieta e incostante ella…

Lo que sí sabía, e intuía que podía ser una de las razones que explicaran su empeño en ponerse el capirote cada año cuando de su fe no quedaban más que algunos añicos sueltos en algún rincón perdido de su corazón, era cuán distinto se veía el mundo desde el anonimato del que lo dotaba el capirote, meterse bajo él era algo así como convertirse en el hombre invisible, te ven pero te confunden y no te reconocen y tú ves con meridiana claridad cada gesto, cada pose, cada mohín…

Veía a niños con el miedo pintado en la cara -cosa que no le sorprendía, recordaba con pavor la primera vez que vio una fila de capirotes procesionando frente a la puerta de su casa… no había dormido bien en días después de aquello-, otros por el contrario tenían cara de aburrimiento y hastío e incluso los había que miraban hacia los capirotes y los pasos con rostro sosprendido ¿qué estarían pensado? daría algo por saberlo… Lo que le interesaba menos es en qué pensaban quienes a codazo limpio (o sucio, a modo de golpe bajo) trataban de arrimarse al paso, escuchaba aplausos e imaginaba que a su espalda los porteadores levantaban el paso pero pronto el sonido de la banda de música lo envolvía todo y él volvía a mirar hacia la gente para descubrir gestos y además que a veces le provocaban risas y en otras ocasiones le endurecían la expresión porque entre quienes se acercaban a verlos pasar había, como en botica, de todo un poco, desde curiosos y turistas hasta fervientes católicos pasando por una gran masa de gentes que del mismo modo que él se ponía el capirote cada año, se acercaban a verlos pasar, cada año.

Y entonces se paró a pensar en cómo se sentía bajo su capirote respecto al resto de la gente, cómo se movía entre ellos tranquilo y anónimo sin que nada le hiciera contener el gesto o la emoción, con toda confianza, con toda naturalidad, sin temer ofender a nadie y sin sentirse observado por nadie aunque fueran muchos los ojos que se giraban al paso de su capirote ¡qué absurda sensación de protección! pensó… tan absurda como la que sienten los adolescentes cuando navegan por internet sintiéndose anónimos bajo un apodo y en el cálido confort de su hogar mientras cada cosa que dicen y cada foto que suben a sus redes inicia un camino sin retorno del que no saben apenas nada… un camino sin retorno que deja además migas de pan que marcan el camino hasta ellos…

El profesor que procesionaba bajo el capirote tomó buena nota de aquella reflexión que se le había ocurrido perfectamente oculto bajo su traje de cofrade, casi pudo oír las risas de sus alumnos cuando les explicara lo invencible y protegido que se sentía bajo un capirote estando en plena calle y rodeado de hordas de gente… aunque estaba seguro de que se reirían menos cuando les explicara que esa absurda seguridad es la que ellos sienten en su instagram, su facebook, su twitter…-Todo lo que hacéis, todo lo que decís, deja huella y os define para el mundo, porque puede que el hábito no haga al monje pero lo viste y, para los ojos ajenos, como viste, es-.

Eh!– gritó un niño al final de la procesión cuando ésta ya se deshacía en la plaza –Ramón es cofrade ¿verdad?– Ramón giró sobre sus talones, oculto bajo su capirote –¡sí! pero no sé en qué Cofradía…– respondió otro niño al que había hecho la pregunta –ah! ja ja! ¡entonces el martes podemos llamarle tonto de capirote!Ramón escuchó las risas, bajo su capirote, y entendió todavía mejor cómo era de falsa la seguridad del anonimato, igual bajo un capirote que tras un perfil de redes.

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