Principios.

Éranse una vez unos principios nuevos y complejos que no olían a finales felices por más que trataran de vestirse cada día de buenas noticias.

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Los principios eran para ella un momento intenso de la vida, importaba poco si eran principios de curso o de vacaciones, el principio de un libro o de una película, de una amistad, de un viaje, de un sueño… en el principio siempre se conjugaba la ilusión de lo nuevo con el miedo a lo desconocido, una mezcla que no siempre sabía igual aunque, con el paso de los años, había sabores rancios de principios ya degustados que le permitían preveer lo que estaba por venir. Por eso, aunque sentía un reverencial respeto ante ellos, le gustaban los principios que le descubrían nuevas notas sápidas, porque no la llevaban por caminos conocidos, porque encerraban tantas oportunidades como sueños cabían en su cabeza y porque al principio, al fin y al cabo, estaba siempre todo por hacer.

Luego estaban los otros principios, los que suponían la esencia, la base de su persona y su pensamiento, los que había elegido y hasta creado a lo largo y ancho de su vida… esos eran inamovibles, eran como las verdades incuestionables de la ciencia, no eran para ella cuestión de fe, eran la base y principio de su persona y renunciar a ellos era tanto como renunciar a sí misma… por eso no dejaba de sorprenderle e incluso de asustarle que aquello que dijera Groucho acerca de sus principios, aquello que no era más que una sátira, una gracia, una crítica mordaz, parecía haberse convertido en una opción socialmente aceptable y aceptada por el mundo en el que vivía.

Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros.

Claro que luego estaba el espinoso asunto de la versatilidad en un mundo cambiante y diverso en el que la capacidad de adaptación era tan esencial como el aire y el agua para sobrevivir ¿en qué lugar quedaban los los principios en un universo así? lo cierto era que no lo sabía, apenas alcanzaba a entender dónde quedaban los suyos como para atreverse a pensar en qué rincón del planeta estaban los de los demás. Y entonces se rió.

No reírse de nada es de tontos, reírse de todo es de estúpidos.

Y entre risa y risa se preparó un café y buscó una Groucho para echarle más madera a la vida aquella tarde de domingo aceptando como cierto que, como bien había descubierto Hamlet, algo olía a podrido en Dinamarca… (y no sólo en Dinamarca, no había más que castigarse estoicamente con las noticias del periódico del domingo para percibir los pestilentos efluvios de no sabía muy bien qué… pero nada bello, nada útil, nada bueno).

Aquello olía a un nuevo principio, a nuevos principios pero ¿cuáles eran sus notas aromáticas? percibía algunas sobradamente conocidas, las de oportunismo y la mentira, las de la falsa superioridad moral y las del complejo y la soberbia pero no conjugaban juntas un aroma conocido, había nuevos matices… ¿nuevos principios? probablemente pero para ella aquella tarde todo quedó en unas risas con Groucho, ya habría tiempo de otros perfumes y otras guerras, aquel día su cuento terminaba en perdices.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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