Pax.

No quería hablar de paz porque la paz, como la pax, era el tiempo de hegemonía de un pueblo sobre otro, quería hablar de coexistencia, como Nehru...

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Se despertó con la resaca que dejan las malas noticias y los sueños inquietos, con la rabia de revivir momentos ya pasados y descubrir cuánto de cierto hay en aquello de que el hombre es el único animal que tropieza tres veces en la misma piedra.

Se preparó un café y comezó a leer los titulares de los periódicos sabiendo de antemano cuales serían sus tonos y sus modos, sus emociones bailaban al son de las noticias y se vestían en incomprensión y miedo, en rabia contenida y, finalmente, en la decepción más intensa. Tiró el ipad sobre el sofá y optó por calzarse sus zapatillas y salir a correr, hacía algunos domingos que se había saltado esa buena costumbre y aquel domingo lo necesitaba…

Mientras aceleraba el paso sin rumbo fijo, tratando sólo de cansarse tanto que su cabeza dejara de dar vueltas, resonaban en ella algunos de los titulares que había leído y se mezclaban con las voces que dejaba atrás a su paso en su confusa carrera.

Continuó su carrera hasta que ya no pudo más y cambió el paso hasta convertirlo en un lento paseo y entonces, entre el barullo circundante, una frase la golpeó… –no, la paz no es la solución-.

Giró sobre sí misma para ver a una anciana sentada al borde de un banco, a dos pequeños sentados en la arena, junto a sus pies y una adolescente de pie, observándolos atentamente; caminó acercándose al banco y escuchó.

Abuela no digas eso…– regañó la adolescente a la anciana; entonces la mujer calló, dejó que los pequeños se entretuvieran de nuevo con sus castillos de arena y prestó toda su atención a la adolescente que se había sentido con el derecho a regañarla. Le pidió a la niña que se sentara a su lado y, una vez que pudo hablarle mirándola a los ojos, se explicó.

Querida– preguntó –¿has leído acerca de la pax romana?– la joven adolescente la miró sin saber bien qué responder, no alcanzaba a entender lo que le estaban preguntando –claro– dijo la anciana más para sí misma que para su nieta –tampoco sabrás de la pax britannica ni la hispánica…-. Se recompuso y comenzó su historia algún capítulo antes de lo que había calculado.

Verás– explicó –en la historia ha habido grandes periodos de paz, la pax romana fue uno de ellos, otro fue la pax britannica, otro la pax hispánica… ¿imaginas qué tienen en común esos tiempos?– la adolescente se encongió de hombros y respondió convencida de lo certero de su respuesta –pues la paz, claro-, la anciana sonrió y continuó su relato –sí, querida, así es, la paz… pero no sólo eso, fueron tiempos de paz, es cierto, pero una paz construida sobre la hegemonía de unos pueblos sobre otros… así era la paz del imperio romano y la de los que vienieron después… por eso, mi niña, la paz no puede ser el fin, es el camino, sin duda, pero el fin… el fin no…-.

La niña pensaba acerca de lo que su abuela acababa de decirle e hizo la pregunta que la mujer esperaba –pero entonces… ¿cuál es el fin?-. La anciana miró a los ojos a su nieta como queriendo clavar en ellos lo que iba a decirle a continuación –coexistir, mi niña, coexistir es el fin, porque si no logramos coexistir tampoco habrá paz, sólo destrucción-.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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