De escritores, curiosos e ilustres paseantes.

Es divinamente hermoso y bueno, sencillo y antiquísimo, ir a pie. Robert Walser.

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Era Robert Walser un inmenso escritor, muy poco mencionado, que pasó su vida deambulando por el mundo. El real y el suyo propio, construido a base de mañanas luminosas, amables praderas, bosques alfombrados e intensos pero sosegados paseos sin rumbo ni preparativos. Paseaba como respiraba, con la misma placidez, profundidad, precisión e inconsciencia. Pasear —escribía— me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa.

Walser veía (y vivía) la vida como un feliz paseo. De hecho él se reconocía como un paseante errático, adicto al vagabundeo. Soy amigo declarado de vagabundear y recorrer leguas y leguas durante días enteros, escribía también. Pero es el paseo reposado el Walser amaba porque lo otro, eso de ir corriendo como locos sin apenas reparar en lo que nos rodea era para él, además de un disparate, un acto incompresible, porque no comprendo ni comprenderé nunca que pueda ser un placer pasar así corriendo ante todas las creaciones y objetos que muestra nuestra hermosa Tierra, como si uno se hubiera vuelto loco y tuviera que correr para no desesperarse miserablemente.

Aunque, como comentaba al principio, no sea Walser uno de esos escritores archiconocidos que encabezan las listas de éxitos —nunca lo fue; ni siquiera quiso o pretendió serlo—o los modelos literarios, flâneurs tan ilustres como Kafka o Walter Benjamin siguieron su delicioso vagabundeo a través de los caminos, la cotidianidad y la literatura contemplativa. Pero no penséis que ese placentero caminar sin rumbo fijo es asunto del pasado; al contrario tenemos magníficos herederos contemporáneos del arte deambulatorio, como Vila-Matas, capaces de recorrer calles y ciudades al margen de la vorágine que engulle al resto de los mortales urbanitas escasos de tiempo y, probablemente, también de imaginación.

El dibujante, escritor y también andarín Raimon Juventeny nos invita a recuperar el placer de pasear con su Manual del buen paseante. Una obra delicada y divertida en la que la curiosidad, la observación y ese infinito placer de contemplar del momento sin más son, además de una declaración de principios, los únicos protagonistas. Mediante veinte sencillos pasos bellamente ilustrados Juventeny reivindica (re)vivir al ritmo de un paseo sosegado, creativo y, por supuesto, libre pues como leemos en la primera página, el buen paseante sale a pasear cuando le apetece. Las ilustraciones son igualmente amables, placenteras, relajantes, surgidas de ese caminar errabundo, feliz.

Dirigida a lectores de cualquier edad, los niños disfrutarán sin duda de las ilustraciones, pero es posible que los adultos recuperemos o cultivemos con mayor ahínco el arte de vagabundear. Porque, evocando de nuevo a Walser, ¿qué más necesitamos que una pradera, un bosque y unas cuantas cosas apacibles para estar contentos? Tal vez un libro… O dos.

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Manual del buen paseante
Texto e ilustraciones de Raimon Juventeny
Prólogo de Carl Honoré

Encuadernado en cartoné. 16 x 16 cm. 52 pág. 12 €
ISBN 978-84-15250-72-2
Edad recomendada: todas las edades.
Faktoría K de Libros.

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