Soñar una vida.

Su cabeza giraba como el mundo y al contrario, desbocada y loca, envuelta en la urgencia y la prisa...

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Su cabeza giraba como el mundo y al contrario, desbocada y loca, envuelta en la urgencia y la prisa, en un correr hacia ninguna parte huyendo de nada … sentir tan solo una vida en dos manos y anhelar las siete vidas de un gato, los ocho brazos de un pulpo y seguir huyendo revuelta en la bruma, subiendo una ola, bajando una cumbre, entre la nieve y la arena, el viento y las nubes; la angustia de siete vidas, el dolor de ocho brazos y el sonido del reloj … tic tac, tic tac, tic tac, tic tac … el tiempo que huye y no alcanza se aleja vacío ante unas manos llenas de tanto que echarle al tiempo que huye …

Abrió los ojos sin pesar y sin querer, sin ver y sin saber, sin entender, porque su cabeza seguía perdida en la frondosa oscuridad del sueño y de la noche … en los sueños buenos y los malos sueños.

Y entonces … un abrazo al que rendirse, en el que fundir angustia y encontrar sosiego; cerró de nuevo los ojos al tiempo que salía el sol en su sueño … civilizaciones lejanas y bellas mujeres de amantes esposos, el crujir del barquillo en el sabor de la almendra, aroma a grosella negra y pimienta rosa, la sal de los mares del sur, muros revestidos de jardines y el brillo de un cristal en Navidad … que se cumplan, que se cumplan, que se cumplan … que tus sueños se cumplan.

Siempre se cumplen – escuchó en duermevela. Abrió los ojos de nuevo, para sentir su abrazo, escuchar su voz … una canción de Navidad, las luces del árbol bailando, el aroma a café recién hecho, a chocolate fundido … un beso.

De niña adoraba la Navidad, pero con los años y su compañía había aprendido a obviarla, solían viajar en esa época del año y sólo en alguna ocasión, cuando los desencuentros mandaban, había vuelto a casa para encender el árbol, comer turrón, bridar con cava y cambiar de año; por eso le sorprendió su – me quedo contigo – cuando confesó que no iba a hacer maletas, que quería pasear sus calles de niña con luces de colores, aroma a lumbre de castañas y frío de nieve. Y allí estaban, a las puertas de la Navidad, juntos, en Madrid.

Venga – urgió él – ¡arriba! que le quedan sólo dos semanas al año y no vamos a regalarlas a la nada¡pero si es domingo! – protestó ella remolona, riendo, a sabiendas de que de nada le serviría quejarse … si había planes para hoy nada le impediría cumplirlos a esa loca pasión por vivir de su compañero de sueños.

Un hotel, que venía de ser un antiguo almacén textil y era ese domingo una galería de arte, fue la primera sorpresa del día; compartieron después un menú nipón llegado de Burgos y, cuando hecha un ovillo se acomodaba junto a la chimenea para enviar a algunos peques a la escuela, descubrió que quedaba todavía una excursión de domingo – vamos a llevar los sueños al lugar donde se cumplen – dijo él – para llenar luego con ellos un año bueno … – una frase que sonaba inacabada y tras ella una pausa, un silencio, mientras encaminaban sus pasos a la fábrica de sueños … sintió su mano en la suya, sus labios rozando su pelo acercándose a su oído … y tono firme, suave, convencido y amante – juntos.

Hubiera querido dejarlo ahí, quedarse en ese minuto y momento para siempre pero un – y ¿cómo…? – escapó de sus labios … antes de que puediera ella terminar su pregunta ni el responderla, una mujer ataviada como las brujas que sienten el futuro en una bola de cristal, se dirigió a ellos – hay sueños que siempre regresan, aún tras largo tiempo olvidados, regresan … son la realidad que no te atreves a vivir – y se alejó al instante, dejándolos allí, dudando hasta de la propia existencia de tal mujer ataviada como las brujas …

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