Semana de aniversarios.

Había sido aquella una semana compleja, tanto como para repasarla el domingo al calor del café.

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Se despertó más tarde de lo que hubiera querido y, viendo que  la mañana se le escapaba entre las manos, optó por tomarse el día con la calma que, por otra parte, debiera ser de obligado cumplimento en domingo.

No renunció al café ni aun sabiendo que eso la llevaría a una comida tardía y a una tarde mínima, intentó acompañarlo de un rato de lectura pero su mente no hacía más que divagar hacia la intensa semana que había vivido.

La semana había empezado con buena letra, la de un Nobel, y con algunas de sus reflexiones acerca de la vida, ideas que llevarse al alma como aquella pregunta al aire ‘¿quién puede decir lo que es mejor?‘ nadie puede, nadie sabe… ni tan siquiera Murakami.

Tras el lunes vino el martes porque esa era una de las pocas cosas en las que no cabía la sorpresa, tras un día venía siempre el siguiente y en el orden esperado; cabe que fuera por verse la semana metida ya en harina que no pudo evitar recordar a la Morrison, una mujer que soñaba con dirigir empresas y que sabía cómo lograrlo… haciendo magia, como hacen quienes son líderes de la cabeza a los pies.

Ya a miércoles sabía que la semana iría de aniversarios y le dio por recordar a la Dunaway y marcarse una tarde de cine como las de antes; el jueves le tocó a un hombre que confesaba saberse la antítesis de un dios griego… y también no haber tenido tiempo para lamentarse por ello, porque había sido un hombre de acción y éxito, Onassis.

El viernes le pudo la naturaleza y le pudo Dian en su cordura y en su locura, también en esa sabiduría suya que la llevaba afirmar que, una vez sabes del valor de la vida, te preocupas menos por el pasado y más, mucho más, por el futuro; el sábado se le llenó de dibujos, ironía y risas porque había celebrado el cumpleaños de Forges, el hombre que sabía que todo es viñetizable.

Y así, de aniversario en aniversario y entre una y mil cosas más, algunas nuevas, otras conocidas y todas bellas, se había presentado el domingo y ella, que había llegado tarde a saludarlo, compartía café con Mostesquieu porque a él había que dedicarle un tiempo largo y pausado de tanto y tan importante como había dejado dicho antes de irse.

Caía el sol cuando se despedía del ilustre francés y con aquel atardecer la semana se despedía a su vez para dejar paso a otra que celebraría interesantes aniversarios… entre otro mundo de cosas bellas  y útiles

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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