Retiro.

Nunca tan Buen Retiro es el Retiro como cuando hay Feria del Libro.

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Siempre que alguien le hablaba del Retiro pensaba para sí misma: el Buen Retiro… porque retiro a secas le sonaba feo y absurdo ¿retirarte de la vida antes de que te retire la parca? ¡qué absurdo! Nada más lejos de su modo ser, sentir y vivir. Ahora bien, una vez aclarado que el retiro era siempre el Buen Retiro, las alarmas cedían y la relajación propia de un parque histórico, de un oasis y un refugio la envolvían de la cabeza a los pies. Aunque no aquella tarde.

Aquella tarde no había paz ni sosiego en su Buen Retiro, había Feria y, sin haber sido nunca ella muy de ferias y menos aún de cazar autógrafos, allí estaba, reconcilándose con el ser humano, dándose el gusto de ver filas interminables de adolescentes con libros en sus manos y esperando estoicamente el momento en el que su autor hiciera en ellos un garabato al vuelo… No eran los grandes libros, es, cierto, los clásicos ya no firman en el Buen Retiro (más que nada porque están muertos y enterrados) pero allí están, presentes, dando empaque a la feria y quien sabe si tentando a alguno de aquellos adolescentes que creen que solo leen a su youtuber o tiktokero favorito pero que, sin darse apenas cuenta, van adquiriendo el saludable hábito de leer; es verdad que para algunos no será más que una fiebre adolescente pero para algunos otros serán algo más, será una adicción de la que ya nunca podrán desembarazarse del todo.

Padres con carros de bebé, madres con niños visitando los stands de libros infantiles y juveniles, jóvenes en los de novela gráfica, el rostro de Tintín protagonizando una caseta, los clásicos más clásicos de la lengua inglesa –de Austen a Oscar Wilde pasando por Joyce,vPoe y Agatha Christie- hechos marioneta y colgando del techo de otro stand; amantes del ensayo político esperando, política indeseable en mano, la llegada de Cayetana Álvarez de Tolelo, fans de siempre de Miguel Bosé entre el gozo y el grito esperando al divo, las adolescentes locas por sus Tiktokers, las madres comprando helados, los jóvenes cocacolas, los televidentes sin remedio tras Nieves Herrero, Mavi Doñate o Luis del Val, las más noveleras con Julia Navarro… y así transcurría la tarde y las casetas en la Feria del Libro del Buen Retiro, el único retiro que de verdad merecía la pena.

El Lobo Flaco ¡su librería! La librería que visitaba de cuando en cuando cuando su hijo no levantaba más que unos palmos del suelo para perderse con él en su sección infantil y hacerse con cuentos clásicos y cuentos nuevos, allí estaba, con caseta en el Buen Retiro, una caseta en la que, en honor a los libros infantiles compartidos, se hizo con un volumen Brandon Sanderson.

A mitad del recorrido lo suyo era un descanso ¿un helado? uno de dulce de leche y otro de stracciatella ¿dónde quedaban los clásicos de vainilla y chocolate o nata y fresa? Ella pidió un agua que por no estar no estaba ni fría, tampoco es que importara mucho; sentados en un banco viendo en trajín de gente y emociones en busca de libros y firmas echó de menos, un poco, su Cuesta de Moyano… allí no solía haber tanto lío ni tanta feria, tampoco tantos libros pero sí pequeños tesoros y sobre todo el ojo que todo lo ve, el que sabe qué librero esconde los pequeños volúmentes de los Tres Investigadores porque, como a ella, le recordaban su adolescencia lectora, cual contaba con las mejores propuestas de novela gráfica y dónde estaba los clasicos más british de toda la cuesta…

Claro que esa nostalgia de la Cuesta de Moyano era de las que no dolían ni importaban porque sabía que podría deshacerse de ella al día siguiente o, a más tardar, al fin de semana siguiente.

Volvían la gente a las calles, volvían las ferias y volvían los libros ¿retiro? El Buen Retiro o la nada.

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