Porque me hace feliz.

Llegaba entonces, como cada domingo, al mismo rincón del Retiro y a la misma hora, el mismo hombre mayor con la misma caja bajo el brazo...

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Era temprano, una mañana de verano en la que todavía no apretaba el sol. Llegaba entonces, como cada domingo, al mismo rincón del Retiro y a la misma hora, el mismo hombre mayor con la misma caja bajo el brazo… Ella se acomodó en un banco, con una libreta entre sus manos, sin dejar de observarlo.

El hombre tardó un rato en tener montado su atril frente un banco en el que se sentó, quedando el atril a la altura de sus ojos y al alcance de sus manos; abrió entonces la caja pequeña que había dejado junto a él y quedaron al descubierto los colores y sus pinceles. Con gestos pausados y rostro feliz comenzó a llenar el lienzo de color… Sabía que pasarían horas hasta que el hombre recogiera de nuevo todas sus cosas y se marchara, ni tan siquiera el calor acostumbraba a rendirlo, jamás lo había visto abandonar el parque antes de que dos niños pequeños, que parecían sus nietos, revolotearan a su alrededor y eso sería a la hora de comer…

Decidió entonces pasearse, mover el cuerpo y con él la mente asentando el recuerdo de la última semana en su cabeza y sabiendo que él no estaría de nuevo junto a ella hasta, al menos, una semana más tarde. Pero estaría ocupada… tenía un encargo mágico del que dar cuenta con el que se había hecho la tarde antes…

La responsable del encargo era una pequeña de imaginación desbocada, tan amante de los cuentos y los sueños como ella misma… –pues yo quiero un cuento de princesas que tengan castillo pero que no sean de la vida antigua– ante tal petición hubo risas y carcajadas porque, vaya usted a saber lo que la pequeña entendía por vida antigua, claro que ella la comprendió al instante… Lo que la niña buscaba era un cuento en el que sentirse la reina o la princesa, uno en el que ser la heroína y no sólo una muñeca bella con aroma de rosas, aceptó el reto… y prometió que, en su próximo cumpleaños, tendría su cuento de princesas de vida moderna…

Sonreía al recordar la conversión con la pequeña lengua de trapo de mente despierta y ávida de vida, sueños y paraísos, y no podía evitar pensar que, por mucho que le gustara la idea de escribir ese cuento, se acababa de meter en un jardín, uno de esos británicos y laberínticos, del que no le iba a resultar fácil salir. Como quien no quiere la cosa, la mañana fue pasando… y cuando quiso darse cuenta estaba otra vez junto al hombre, su atril y su lienzo ya coloreado… Dos pequeños revoloteaban a su alrededor.

El aire le llevaba retazos de sus palabras –¿por qué pintas abuelo? mamá dice que no pintas muy bien y que nunca pones los cuadros en un marco…–  el buen hombre no sólo aceptó la crítica sino que se mostró muy de acuerdo con la mamá en cuestión –entonces ¿por qué pintas?– insistía el más pequeño de los niños… Ella estaba ya a su lado y no pudo evitar que su mirada se fuera al rostro del hombre… Sonreía con expresión sosegada, tranquila… miró al pequeño a los ojos –porque me hace feliz– dijo y, por su gesto y su exclamación, al niño le pareció el mejor de los motivos.

Retiró su mirada y apretó el paso, la esperaban en flash flash… y no quería interrumpir al abuelo y sus niños… –¿Y yo?– pensaba… –¿hago lo que me hace feliz?-.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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