Pasiones confesas.

A veces la emoción se instala en el cielo de la boca...

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Despertó con el mismo sabor amargo en el cielo de la boca con el que había logrado conciliar un breve sueño, era un sabor persistente que no se diluía ni tan siquiera con un expresso tan caliente como cargado, era hastío.

El hastío que le producía tanta queja y tanta locura, tanto negarse a todo sin pensar, tantos brazos caídos y tanto ¿total para qué?. Procuraba mantenerse al margen de ese ambiente feo y agotador pero, como tenía gran facilidad para saltar de las portadas de los periódicos a las de la televisión y de allí hasta incluso las conversaciones de ceveza y bar, resultaba casi imposible mantenerse ajena a él.

Claro que ella insistía en hacerlo y por eso se rodeaba de gentes como Georgia O’Keeffe cuya pasión pintada había sido su vida como lo fueran para Porchia sus aforismos, para Vicente Aranda sus fotogramas, para Ramsay su última receta o para la Wintour su primera portada. Era esa la gente que la atraía sobremanera por su inmensa capacidad para convertir su pasión en su vida y, como consecuencia deliciosa e inevitable, su vida en pasión.

Se delitó con las flores de O’Keeffe acompañándolas de las palabras de Porchia, recordando las películas de Aranda y las portadas de Wintour al tiempo que imaginaba un festival de sabores en su boca por obra, gracia y receta del gran Ramsay… Sólo entonces la amargura del cielo de su boca comenzó a diluirse dejando tras de sí una pregunta sin respuesta ¿cómo podía el mundo dar luz, focos, aplauso y ovación a gentes sin arte ni oficio que no buscan más que el foco, el aplauso y la ovación en detrimento de la osadía del talento verdadero?

Quizá la clave estuviese ahí, cabe que al talento le faltase osadía, la osadía de la pasión verdadera… o quizá el mundo estuviera loco.

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