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O son do ar.

Había un sonido que resultaba inconfundible a su piel y a su alma, era el rumor del viento en las fragas...

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Los sonidos de la naturaleza y el aire eran tantos y tan variados que resultaba imposible conocerlos todos incluso para ellos, que se habían visto envueltos a lo largo de su vida por naturalidades tan opuestas como las selvas asiáticas o los desiertos africanos. Pero había un rumor que resultaba inconfundible a su piel y a su alma, era el rumor del viento –o son do ar*– entre árboles largos, frondosos y centenarios que tejían con sus copas un techo bajo el que discurrían vida y leyendas de la mano. Eran las fragas.

Estrenaba él aquel día su chaqueta de otoño y ella unos zapatos del mismo tiempo, porque no puede uno adentrarse en las sombras de una fraga vestido de verano ya en agosto y al caer la tarde; fue un paseo breve, lo justo para sonreirse imaginando el alma en pena de Fiz de Cotobelo** o al famoso Fendetestas** pisando aquellos caminos, para entender a Pondal cuando se preguntaba ¿qué din os rumorosos na costa verdescente?*** refiriéndose al murmuso de los árboles en un poema que se convirtió en el himno de una tierra, y abrir así boca antes de sentarse a su mesa en A Estación y darse el gusto de maridar su cena con un Albariño que, además de delicioso en su cuerpo y su sabor, lo era igualmente en su botella gracias al chic francés con el que la había vestido Marta Lojo.

Estaba siendo el suyo un tiempo de sabores de norte, sur, este y oeste porque la inquietud y su intención habían conjurado en sus maletas y no les permitían respiro alguno; disfrutaban juntos de aquel trasiego aun sabiendo que al caer el otoño renacería en ella la urbanita que llevaba dentro y en él seguiría campando por sus respetos la inquietud apasionada.

Y, entre encuentro y desencuentro, un sueño o mil, todos y a la vez ninguno porque se les iba el tiempo en vivir sin dejarles margen para hacer planes que luego la vida, o incluso ellos mismos, echaran por tierra.  ¿El plan más cercano? dos días más tarde… y no sabían si volar a Estambul o al mismísimo desierto

Y es que lo de llevar el mundo en la piel, e incluso ponérselo de cuando en cuando por montera, era en ellos más que un gusto una querencia, tanto era sí que –aunque él todavía no lo sabía- ella llevaba Babilonia entre su piel y su ropa aquella noche… de cómo lo descubrió y lo que sucedió entonces… es otra historia.

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*O son de ar, tema del grupo folk gallego luar na lubre.
**Fiz de Cotobelo y Fendetestas, personajes de ‘El bosque animado‘ de Wenceslao Fdez Florez
***¿Qué din os rumorosos/na costa verdescente? primeros versos del poema de Eduardo Pondal que da letra al himno de Galicia.

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