Milagro.
Érase una vez la historia de una niña a la que ni las 10 plagas de Egipto podían parar, una mujer que supo hacer de su vida un milagro.
La pequeña Anne miró con decepción el tomate de su calcetín, era la tercera vez que su madre lo remendaba pero ya fuera por el empeño de su pulgar derecho o lo viejo de la tela, no parecía haber forma humana de dejar el dedo dentro del calcetín, ni de milagro lo lograban, claro que eso no iba a privarla a ella de salir a la calle a jugar con sus hermanos, cosa que hizo justo después de esconder tomate y pulgar en sus viejos zapatos.
La suya era una familia pobre, llegaran a Estados Unidos huyendo de la hambruna irlandesa y en el nuevo mundo, si bien no se morían de hambre, no lograban tener más que lo justo para mantenerse y, aunque no eran buenos tiempos, habían de ser peores… Anne entonces no lo sabía pero tendría que hacer uso de toda su resilencia y de todo su coraje para hacer de su vida un milagro. Y lo haría.
La verdad no es suficientemente maravillosa para encajar en los periódicos; por eso inventan ridículos adornos.
Las tristezas fueron llegando con cuenta gotas, con la misma calma que caían las gotas de un grifo roto, incansables y constantes… con el mismo empeño con el que se repetía el tomate en su calcetín; primero fue su madre, la tuberculosis que arrastraba desde hacía tiempo la rindió y su padre, también enfermo, no encontró el modo de criar solo a sus hijos; Anne permaneció a su lado, cuidándolo y tratando de darle el consuelo que ella misma necesitaba mientras sus dos hermanos se marcharon a vivir con unos parientes; aquello, que se tomaron como un arreglo doloroso, no tardó en empeorar… no sólo los tres niños acabaron en un orfanato sino que uno de ellos, el único varón, murió de la misma enfermedad que su madre, la maldita tuberculosis. Para entonces, el tomate en el calcetín era el menor de los problemas de la pequeña Anne y no sólo porque ella misma supiera zurzirlo.
Le lloraban los ojos, le picaban, le dolían… y lo peor de todo, cada vez veía menos y peor ¿qué le ocurría? Anne no se angustió, siguió viendo el lado bello de la vida aunque fuese más borroso y se sometió a tantas operaciones como los médicos de la Escuela Perkins necesitaron hacer a sus ojos para salvarle la vista; Anne tuvo suerte porque el tracoma que padecía es todavía hoy en el mundo la mayor causa de ceguera evitable pero además hizo de su suerte la de otros, la de quienes vivían con algún sentido de menos, ella, que se había licenciado con honores en la profesión más bella e importante del mundo. Era maestra.
El futuro inmediato va a ser trágico para todos nosotros a no ser que encontremos el modo de hacer que los grandes recursos educativos de este país sirvan al verdadero propósito de la educación, la verdad y la justicia.
La pequeña Anne se convirtió en la respetada maestra Anne cuando aprendió el alfabeto manual y se convirtió no solo en una ayuda para las personas ciegas sino en un ejemplo, en un referente… en un milagro; primero trabajó en la Escuela Perkins donde tanto la habían ayudado a ella y después con la mujer que pondría nombre a su legado: el Milagro de Anne Sullivan. Helen Keller. Pero ¿cuál era el milagro? el milagro era la independencia ¿quién había dicho que por tener algún sentido de menos debía nadie renunciar a valerse por sí mismo? no fue Anne Sullivan, eso seguro.
Debemos hacer grandes esfuerzos para entrenar a los jóvenes a pensar por sí mismos y hacerse cargo de sus vidas.
Entonces Anne conoció a Helen Keller, una joven ciega y muda que vivía instalada en el mundo como podía haberlo estado en otro planeta o en el cielo, aislada por completo de su entorno por el fallido funcionamiento de dos de sus sentidos, el de la vista y el del oído; pero Helen fue afortunada, conoció a Anne, una maestra para la que un par de sentidos menos no debían ser impedimento de nada. Y no lo fueron. No más de lo inevitable al menos.
La gente apenas ve los pasos vacilantes y dolorosos a través de los que se alcanza el más insignificante de los éxitos.
Cada mañana Anne pintaba letras en la mano de Helen para que aprendiera a leer, colocaba la mano de su alumna en su garganta para que tratara de repetirlas (sabía que hablar sin oír primero era difícil pero también sabía que era, por fuerza, posible), preparó una tabla con surcos para que pudiera escribir y, cuando vio que su aprendizaje parecía no avanzar, buscó la ayuda de un profesor de voz para aclarar los sonidos que Helen era capaz de emitir.
Continua empezando y fracasando. Cada vez que fracases, empieza de nuevo, y crecerás más fuerte…
Nuestra querida Anne, amiga del alma, maestra y guía de Helen, se enamoró y se casó para descubrir que también existía el desamor ¡y el fracaso! no sólo el de su intento de formar su propia familia sino el de llevar al cine el libro que Helen había escrito contando al mundo como ella, una niña aislada, triste y sola había logrado comunicarse con el mundo… el milagro de Anne, lo llamó.
La pequeña Anne era ya una mujer anciana y cansada pero se mantenía en pie tendiendo siempre la mano a su querida Helen hasta que un día, no sabemos si por su capacidad de aceptar los contratiempos de la vida o porque le dio la gana, no despertó más…
Anne no llegó a ver su película llevada al cine con el éxito que tanto ella como Helen, como todas las personas que batallaban cada día en el mundo con algún sentido de menos, merecían pero Helen, al recordarla, sonreía, la imaginaba sobre alguna nube con forma de mecedora, acomodada en ella arropada con su manta de colores sonriendo satisfecha… aunque no del todo porque la más grande de todas sus preocupaciones no sólo seguía vigente sino que cada día era más cierta…
Nuestro ojo no puede ver que un chauvinismo estúpido nos está llevando de una agitación inútil, ruidosa y destructiva a otra.