Día de la Madre Mamá.

Aquellas mujeres, las madres, llevaban a sus espaldas un trozo más del mundo del que les correspondía...

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Domingo por la mañana. 11’10 y un sol espléndido ¿qué hacer? salió a pasearse porque el sol de mayo era una tentación a la que no pensaba resistirse; la calle era un trasiego constante de gentes de todo estilo y condición y el parque estaba más transitado que de costumbre, enseguida se dio cuenta de lo que sucedía, no era sólo el reclamo del sol de mayo, era el día de la madre.

Se sorprendió observando a cuanta madre se cruzaba a su paso porque no acababa de entender ese habilidad suya para distinguir a una madre por el rictus de su rostro; algunas sonreían, otras mostraban una expresión apacible y tranquila, las había distraídas, emocionadas y también tensas, cansadas… tanto que algunas sonrisas parecían dibujarse en sus labios a duras penas y con gran esfuerzo aunque no por ello parecían menos sinceras. Y todas ellas entre mil voces de ‘mamá! mamá! mamá!‘.

No pudo evitar pensar que cada una de aquellas mujeres llevaban a sus espaldas un trozo más del mundo del que les correspondía, llevaban el suyo y el de sus hijos, ese siempre compartido con los padres, pero había un pedazo más, uno que era grande y a veces el más pesado… llevaban su mundo perdido, los sueños que un día tuvieron y que conservaban con la certeza de volver a tenerlos de nuevo; y llevaban el mundo que soñaban entonces, el que querían para sus hijos Y no eran sólo sueños valdíos, eran verdaderas hojas de ruta de sus vidas. Las madres no trabajaban para el presente ni para sí, trabajaban por el futuro, por el suyo y por el de sus hijos, el presente para ellas era el medio y el futuro el objetivo.

Son las más fuertes– pensó para sí sin darse cuenta de que aquellas palabras habían volado de su mente a su boca y habían sido escuchadas por una mujer que bien podía ser, incluso, bisabuela; –tal vez– comentó la mujer mirando en la misma dirección que ella, hacia una madre que llevaba un bebé en brazos mientras un niño de no más de tres años intentaba colgarse de su brazo al tiempo que una niña que debía contar unos 6 o 7 años la abrazaba por la espalda… –tal vez sean las más fuertes pero eso no es lo más importante que son…– ella miró a la anciana sin atreverse apenas a respirar porque, además de escucharla, parecía que aquella mujer le había leído el pensamiento –lo que sí son, sin duda, es la demostración clara y transparente de que la generosidad es propia del ser humano y su mejor camino hacia la felicidad… nadie vive más para otro que una madre, nadie hace más por otro que ellas, nadie sufre y se alegra por otro como ellas… y nadie siente mayor satisfacción íntima y personal ni mayor gozo en recompensa a sus desvelos que una madre…-.

La mujer se levantó y, apoyada en su bastón, comenzó a alejarse del banco que había compartido con ella pero, antes de marcharse del todo, la miró de nuevo y añadió –yo  tampoco he sido madre pero sé leer en sus rostros.-

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