Lucha.

Se embarcó en una lucha contra todo y contra todos los que convertían la vida en lo que ésta no estaba llamada a ser, una lucha.

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Un chaise longue o un diván, una alfombra o el mismo suelo, un té con leche y una historia apasionada e intensa tejida con palabras sobre finas hojas de papel cosidas entre sí. Y un flamenco.

Flamenco se pondría el lunes, cuando el sonido del despertador pusiera fin a la tregua de una fiesta sin guardar pero, mientras tanto, la lucha estaba detenida, puesta en pause en el momento más esperado y tan ajena a él como su cabeza estaba dispuesta a concederle sentir. Era una concesión tan pequeña la de su cabeza que, para evadirse, había recurrido a una historia que ni era la suya ni tenía nada que ver con él, era una aventura antigua relatada en un pliego antiguo y de ocasión que había encontrado, por casualidad, en algún puesto de libros de una feria del libro cualquiera.

Veo mucho potencial pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace desear coches y cosas. Tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos…

Se colaba el sol por la ventana, un sol de mañana de domingo y primavera, y le importaba un bledo; permanecía recostado, libro en mano, con sus pantuflas de pelo y su flamenco picoteando la alfombra.

El té se había enfriado mientras se perdía en aquella historia que era la única lucha que iba a concederse aquel domingo; un nuevo té, ahora caliente, de nuevo con leche, tibia, de nuevo el chaise longue, el diván, la alfombra o el mismísmo suelo. Y el flamenco.

Si estás leyendo esto, el aviso va dirigido a ti. Cada palabra que leas de esta letra pequeña inútil, es un segundo menos de vida para ti. ¿No tienes otras cosas que hacer? (…) Empieza a luchar. Demuestra que estás vivo. Si no reivindicas tu humanidad te convertirás en una estadística. Estás avisado.

Para cuando sacó sus ojos del libro el sol estaba ya cayendo… y el té helado sobre la mesa; no había flamenco alguno y sentía hambre, también ansia, de repente el lunes no era el triste punto de regreso a una lucha constante sino el del inicio de la lucha que habría de evitar que se convirtiera en un mero dato estadístico, la lucha contra todo y contra todos los que convertían la vida en lo que ésta no estaba llamada a ser, una lucha.

Salió a cenar, solo, ¿por qué mal acompañarse cuando su cabeza contenía todos los dolores de sí misma que se sentía capaz de soportar? decidió hacer honor al mundo en que vivía y pidió que le sirvieran un falso arroz y una tortilla francesa que no era tal cosa, sentía así su cena tan mentirosa como la propia vida o, al menos, como el mundo que querían venderle en ella.

Y tras la cena, vuelta a casa, a rematar el domingo con un buen descanso porque el lunes que estaba por llegar lo sería de lucha, la lucha por defender su chaise longue, su diván, su alfombra, su suelo… Y su flamenco.

Porque algunos sueñan con unicornios azules y otros… con flamencos rosas.

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