Tal vez la libertad era eso.

Tal vez la libertad fuese, también, un estado de ánimo o incluso un sentimiento, una emoción, un modo de ser, de sentir, de vivir...

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Y es que la libertad era, a sus ojos, como un iceberg, sólo deja ver de sí misma una ínfima parte y esconde a la vista del mundo su inmensidad; y así quien no siente cadenas en sus manos, quien se sabe titular de ciertos derechos o quien puede ir y venir a su antojo donde guste y cuando quiera, se cree libre. Claro que para ella esa era la libertad primera, básica, esencial… era lo que se ve de aquel iceberg libertario que imaginaba, pero había mucho más.

Era entonces cuando le daba por pensar que la libertad era un estado de ánimo, uno que de no estar lo suficientemente despierto, derivaba en nuevos modos de esclavitud, en vidas sujetas a tantos ‘tengo que’ y tantos ‘debo’ que la libertad no era más que un adorno con el complementar sus días.

Sentía su cabeza divagar y sabía que no lograría frenarla, aunque lo cierto es que tampoco quería, así que aprovechó que el domingo no estaba resultando tan tórrido como los días previos, y salió a caminar. Porque caminar y divagar, pensar, soñar… eran conceptos que siempre la había llevado a hilar ideas e incluso historias.

Cuando caminaba solía observar a la gente, sus gestos, sus ritmos, sus rostros… y se alegraba de ver que, un domingo de agosto, las sonrisas eran más que las que descubría en pleno invierno, sería la luz y el sol o sería el tiempo, el tiempo que ganaba la gente en época estival; pero, incluso entre sonrisas, tan solo escuchaba síes y noes en la zona del parque infantil, muchos más noes que síes en realidad y eso la llevó de nuevo a su divagar acerca de la libertad, la llevó a pensar que la libertad era un sentimiento.

Si no se ama a un niño, el niño no aprende a amar, si se le pega, aprende a pegar… pero nadie parecía darse cuenta de que si no se le enseña a ser y sentirse libre, nunca aprenderá a vivir en libertad. Y no era un asunto fácil en su fondo, era un equilibrio complejo entre los deseos propios y el respeto a los ajenos pero había algo sencillo que haría su comprensión más fácil… ¿por qué en lugar de tantos síes y noes no utilizamos más un ‘¿por qué no?’ como respuesta? se preguntó, un ‘por qué no’ era un modo de decir ‘prueba’, ‘inténtalo’, ‘si te parece buena idea, adelante’… era un modo de retar, tentar, animar, una manera de no conjurar a los miedos sino de obviarlos y sólo exigía mantener la mano tendida si acaso el por qué no resultaba ser tan buena idea y acababa en resbalón.

Libertad, libertad… tanta libertad… oyó mascullar a su espalda y no pudo evitar girarse, vio a una mujer ya mayor que caminaba del brazo de un hombre no más joven que ella ¿libertad para qué? ¿para morirse de hambre? la oyó que seguía rezongando al tiempo que se alejaba.

, pensó con absoluta convicción, incluso para eso.

Ya en casa se sirvió un gran vaso de limonada y se sentó en la terraza con cierta sensación de culpa; la libertad era en realidad un bien preciado que, como casi todo lo que se tiene, tendía a menospreciarse.

Cogió su libreta y apuntó:  y así llenamos las horas y los días de ‘tengo que’, y así cedemos trozos y parecelas de nuestro tiempo a los deseos y anhelos de los otros, y así minamos nuestra propia libertad, y así la perdemos aun cuando creemos poseerla… Nunca es tarde para afrontar una nueva reconquista.

Cerró la libreta y dio un largo trago a su limonada…

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