Éxito.
El éxito era algo más que ser fiel a uno mismo, que también, era soñar y empeñarse en cumplir los sueños, poner todo el esfuerzo en ello, fracasar, triunfar o incluso cambiar el rumbo por el camino para soñar de nuevo... porque el éxito era vivir.
Caminaba con paso lento por la orilla del mar dejando que las olas heladas cortasen sus pies para que esa sensación doliente, que no duraba más que unos segundos, mantuviese su cabeza anclada a su cuerpo, sobre la tierra, pero ni así… La tendencia a volar alto se volvía incontenible cuando la naturaleza de costa y mar la envolvía, sabía que aquella mañana no sería una excepción porque aquel era su campo de sueños privado.
Volvería a casa con sueños renovados que renovarían a su vez sus empeños y, cuando pasase un año y volviera de nuevo a su mar, sonreiría una vez más ante sus éxitos y sus fracasos y torcería suavemente el gesto ante sus cosas pendientes. Lo cierto era que con los pies en el agua todos sus hitos -buenos, malos y pendientes- le parecían iguales porque lo cierto era que no importaban, lo único que importaba era vivir. Vivir de verdad, no aparentar que se vive.
Había dejado su smartphone en casa porque era domingo y, como herramienta de trabajo, incluso él podía descansar en un día de fiesta, por una vez, por un rato… Y es que en lo personal aquella extensión de sus manos se había convertido en una ventana de paisaje mustio, tal vez fuese el calor, tal vez el cansancio… o el hecho de que se hacía mayor y percibía cada vez con más claridad el absurdo de muchas fotos y de muchas frases; era capaz de sentir con absoluta certeza la búsqueda de la apariencia del éxito más allá del propio éxito y se sentía mayor, muy mayor, al pensar que si la gente dedicase la mitad de esfuerzo que dedicaba a aparentar que es feliz, a serlo, el mundo no sería como es, sería más bello.
Y es que las personas tendían a medir su éxito más en comparación con los demás que consigo mismos y el resultado de ese modo de vivir era una sociedad que se movía entre la competitividad y el absurdo, porque bastaba con que pareciese que su felicidad era mayor que la del otro para que su éxito también lo fuese, lo de menos era la realidad. Le provocaba una profunda sensación de pena ver como gentes a las que no sólo ponía cara y ojos sino de las que conocía el sonido de su risa y el tacto de su piel, cifraban sus éxitos en la vida en una imagen captada con su smartphone y subida a facebook e instagram o en una localización de foursquare pero así era como giraba el mundo entonces.
Aquella mañana, sintiendo el agua helada en sus pies, se sintió, en contraposición con sus pensamientos, mejor que otras veces porque vio con la lucidez propia de un cálido día de verano en una inmensa playa de arena fina y mar turquesa, que no merecía la pena dejarse llevar por un mundo absurdo, que resultaba tan bello y útil y tan natural ir contracorriente como los peces cuando van río arriba porque, afortunadamente, sabía que no iría sola, había más peces raros en el mar…