En clave de belleza.

El mundo es un desvarío en el que no cabe más que dar luz a la belleza y apasionarse por ella desde la más profunda honestidad...

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Las sesiones matinales de los domingos de cine eran un recuerdo vago y lejano para ella, no así las sensaciones de aquellas mañanas de evasión y alegría, de darle a la semana una pátina de sueños e ideas que dejaba en el ánimo un regusto dulce, animado y de posibles.

A veces recordaba ideas contenidas en frases sueltas que sabía partían de aquellas mañanas de cine, y también de lecturas pasadas, pero a menudo le costaba ubicarlas y acababan por componer collages en su cabeza que, de haberlos llevado al recorte y pegado de papel, la hubieran convertido en objeto de terapia, pero se sabía cuerda en lo que cabe y sabía también que aquellos collages eran la huella que dejaba lo vivido tras de sí, no se sentía más que lo que aquellas huellas componían en su cabeza…

Se imaginaba como una pequeña cartulina en blanco que se iba llenando de recortes y retales con el paso del tiempo y la vida… sonrió ante tamaña idea imaginando a parcas, hadas, brujas, duendes y otros personajes de cuento, dando forma a su pensamiento a través de miles de collages… e imaginándose a sí misma armada con sus pinturas de colores haciendo propias aquellas ideas e incluso contruyendo sobre ellas otras nuevas, creándose y recreándose, dándose forma a sí misma.

Había una frase que recordaba, y recordaba también no haberla entendido nunca del todo, –aquél que ha contemplado la belleza está condenado a seducirla o morir-, era de una película antigua, la visualizaba en blanco y negro… y ahora sí, pasada media vida, entendía la belleza como es, brutalmente seductora una vez era descubierta, el mayor problema lo veía en que exigía siempre verse reflejada en los ojos que la miraban antes de rendir su discreción y desvelarse.

No pudo evitar entonces pensar en él, porque él era la muestra cierta y patente de lo que la belleza hace en quien la descubre; lo había hecho, en cierto modo, suyo para siempre y le había regalado la pasión como única herramienta para la vida; –la belleza pertenece a los sentidos. Sólo a los sentidos– el día que lo escuchó hablar de este modo y afirmar, sin siquiera titubear un poco, que la belleza es para sentirla, supo que antes que en sus labios la escuchara en alguna mañana pasada pero, como solía ocurrirle, no recordaba bien…

A quien sí recordaba con total claridad, más que nada porque era una lectura de cabecera para ella, era al poeta… –el mundo es como aparece ante mis cinco sentidos, y ante los tuyos que son las orillas de los míos-.

El mundo era un caos, pensaba, una locura o el desvarío de un loco en el que no cabía más que dar luz a la belleza y apasionarse por ella desde la más profunda, íntima y discreta honestidad… y pobres de aquellos que rendían su vida a lo feo porque no hay en ello sonrisas ni abrazos, de allí huyeron los besos tiempo atrás y no queda tampoco un te quiero, un podemos ni un hagamos; tan solo queda algo de tanto como Pandora encerró en su caja.

Se vistió para la vida y la calle porque, si tiempo atrás las mañanas de domingo fueran de cine, si en otro tiempo más cercano lo fueran de lecturas íntimas y personales, ahora tendían a serlo, siempre que el sol lo merecía, de calle y de paseo.

Sonrió pensando en clave de belleza y sin olvidar echar mano a su móvil porque la llevaba a la orilla de sus sentidos, el lugar en la que había de encontrarse con él…

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